La pasión por los colores rojo y blanco, y azul y amarillo se alimentó desde muy temprano con algunos incidentes fuera del estadio como para contribuir aún más a esta escalada de violencia diaria pero cuando la pelota comenzó a rodar sólo importó una cosa: alentar a River o Boca. Los 815.754 pesos que dejaron en boletarías las casi 60.000 almas que poblaron el Monumental, reflejaron que en estos tiempos de crisis el fútbol sigue siendo no sólo una pasión, sino también un negocio espectacular. La hinchada de Boca, tres horas antes del partido, se reunió en el complejo de Casa Amarilla y allí, custodiados por cuatro carros de asalto y seis policías en motocicletas, emprendieron la marcha hacia Núñez. Los de River, concentrados en las cercanías de la estación Rivadavia, atiborraron las calles aledañas al estadio y portando todo tipo de banderas rápidamente llenaron el sector popular. Por supuesto que quedó el hueco para que los "Borrachos del Tablón" trajeran sus trapos. Enfrente, en la tribuna Centenario, la Doce tardó en llegar, pero cuando lo hizo, desplegó todo su arsenal de banderas. Así, el Monumental fue creciendo en efervescencia. El partido de reserva, que tuvo como condimento especial la presencia de la árbitro Florencia Romano, contribuyó a generar adrenalina previa al gran choque. Los insultos y las cargadas desde uno y otro sector del estadio fueron cada vez más intensos. Mientras, en el vestuario, dirigentes de Boca y River se miraban de reojo, los futbolistas de ambos equipos comenzaban a transpirar en el calentamiento físico. "No a la violencia" fue el cartel que se desplegó como un pedido, una súplica ante tamaño flagelo, mientras los hinchas, con las gargantas enrojecidas gritaban por River o Boca. Hubo banderas de todos los lugares imaginables. Desde "Formosa es de Boca", hasta "Enzo, Munro te ama", un estandarte con los colores de River y de Uruguay. Al final, cuando el estadio ya era, como dicen los viejos relatores "una caldera", la ansiedad dio paso a la adrenalina y la pelota comenzó a rodar. Enfrente estaban nada más y nada menos que River Plate y Boca Juniors, los dos equipos más grandes del fútbol argentino. El resto, ya era historia. (Télam)
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