Año CXXXV
 Nº 49.637
Rosario,
domingo  20 de
octubre de 2002
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Detalles no revelados de una investigación
Triple violación: Historia de una noche de terror
La denuncia contra policías de la comisaría 1ª hace presumir que las irregularidades eran una práctica común

Osvaldo Aguirre / La Capital

La investigación de la triple violación en la comisaría 1ª dejó al descubierto hechos todavía más escabrosos que la terrible odisea por la que atravesó una chica de 16 años. La falta de reacción de los otros policías que se encontraban en la seccional, la actitud de rapiña evidenciada en la disputa por el dinero de un robo, el intento de coimear a la madre de un detenido y la forma en que prepararon el abuso e intentaron borrar todo registro de los hechos parecen indicios de una práctica reiterada y muy probablemente consolidada por la impunidad. Lo siniestro del episodio se refuerza con las amenazas a la víctima y la utilización de la fuerza ("somos policías, sabemos donde vivís") para asegurarse su silencio.
La menor hizo tres declaraciones en el curso de la investigación. La primera fue en el Centro de Atención a la Víctima de Delitos Sexuales, la única repartición policial que actuó como se debía. Luego amplió ese testimonio ante los jueces Eduardo Suárez Romero y Adolfo Prunotto Laborde. En todos los casos su relato fue tan exhaustivo como contundente. No sólo por la minuciosidad con que reconstruyó lo sucedido sino por los detalles que aportó sobre las personas a las que cruzó en la comisaría y sobre el lugar de los hechos.

En nombre de la ley
En la noche del 25 de julio, la menor salió junto a un conocido del barrio, Ezequiel, de 17 años. Los dos iban a encontrarse con la novia del joven en un bar del centro. "Como (el chico) no tenía plata para entrar al baile me dijo «pará que voy a rescatar plata»", relató la víctima.
De acuerdo a los datos del expediente, Ezequiel tenía un revólver, con el cual asaltó al encargado de la playa de estacionamiento de Santa Fe y San Martín. Los menores escaparon a la carrera, mientras el empleado pedía ayuda a un policía de custodia en el Banco de Santa Fe y luego al Comando Radioeléctrico, que labró un acta con la denuncia del robo a la 1.45 del 26 de julio. Este fue el único registro del episodio, porque la acción posterior de los policías de la comisaría 1ª apuntó a borrar la historia.
La carrera y los gritos del empleado llamaron la atención del sargento Ernesto Oscar Olmedo, quien hacía servicios adicionales en el Concejo Deliberante. El policía tomó su auto particular, un Fiat Duna Weekend, y alcanzó a la pareja en la esquina de 3 de Febrero y 1º de Mayo, en momentos en que había subido a un taxi.
Según los testimonios obtenidos, lo que primero le interesó a Olmedo fue obtener el dinero que llevaba Ezequiel ("Negro, dame toda la plata", dijo). Luego, recordó la víctima, habló por radio y diez minutos después llegaron tres policías de la comisaría 1ª, entre ellos el oficial Juan Manuel Morales, quien entonces estaba a cargo de la seccional de calle Juan Manuel de Rosas al 1300.
Los menores fueron llevados a la dependencia policial. "Cuando entré a la guardia había una mujer policía que era de cabellos castaños claros, flaquita, pelo corto al hombro, de 22 años aproximadamente", dijo la chica.
La escena se completaba con "otro policía que estaba uniformado y estaba sentado detrás del mostrador y los dos policías que me habían trasladado. Después que la chica policía me revisó salió de la comisaría para volver más tarde y yo me quedé sentada en la guardia".
La mujer policía era la agente Gabriela Adriana Scaravilli. Indagada por la justicia, manifestó problemas de memoria. "Nada recuerdo al respecto. Era muy normal ese tipo de procedimientos", dijo, sin aclarar a qué procedimientos se refería. Posteriormente se comprobó que la comisaría 1ª carecía de actas de demora por averiguación de antecedentes. El ingreso de los menores no quedó asentado en el libro de guardia de la seccional: de esta manera se prepararon las condiciones propicias para lo que ocurriría a continuación.
Los policías regresaron con Ezequiel, quien le dijo a la chica que llamara a su madre y le pidiera 200 pesos. La menor hizo dos llamados: desde un teléfono público -donde la llevaron los propios policías- y desde la comisaría.
Luego "un policía morochito y flaquito me llevó al frente del baño, que hay en un lugarcito que está todo oscuro y me decía que se la chupe y le dije que no". Según el reconocimiento posterior, se trataba del oficial Morales, quien por entonces era la máxima autoridad de la seccional 1ª.
"Al rato me llama uno morocho gordo. Yo ya sabía para que me llamaba, y cuando fui me quiso tapar la boca y yo grité y me quiso llevar para atrás (el fondo de la comisaría)". Como en todos los casos, la chica reconoció en forma tajante a este policía: era el oficial Fabián Ibarra.
El policía condujo a la menor a una pieza trasera "que tenía unos armarios cuadrados tipo archivo de color gris y también había tres camas con colchones". Allí "me dijo que me sacara la ropa y como yo no quería me bajó la pollera que tenía puesta junto con las medias cancan y la bombacha. Vi que este policía sacó de abajo del colchón de una de las camas un preservativo, se desabrochó el cinto, dejó la pistola arriba de una de las camas que estaba al lado de donde yo me encontraba y se bajó el pantalón. Todo esto sucedió con la luz encendida".
Acorralada, la chica intentó defenderse: "Le dije que le iba a contar a mi mamá". El policía se rió. "Me agarró de los pelos y me tapó la boca y me tiró sobre la cama que estaba detrás mío, quedándose parado delante mío y me dijo que lo chupara. Como yo no lo hacía él me dijo que no servía para nada. En ese momento este policía tenía su pene erecto y se tiró arriba mío y me penetró por la vagina, usando un preservativo que se había puesto después que me tiró en la cama".
En una ampliación de su testimonio, la menor recordó su desesperado intento por librarse de la pesadilla en que se encontraba. "Ahí había unos casilleros de chapa y yo empecé a patear todo eso. Y cuando entré a la pieza (el policía) me tapó la boca y me bajó la pollera y se subió arriba mío. Cuando me sacó la mano de la boca empecé a gritar y ahí abrió la puerta uno blanquito que tenía todos pocitos en la cara y le dijo «tapale la boca que se escucha hasta allá como grita» y cuando me tapa la boca para que no grite me empezaron a dar cachetadas y el de pocitos que estaba en la puerta le decía «no le pegués que la vas a dejar marcada»".
Antes que el primer policía consumara la violación, el segundo "estaba en la puerta y prendía y apagaba la luz de la pieza y le decía que se apurara. Cuando este policía terminó vino el otro, tenía cabellos cortos con rulitos y los cachetes marcados con pocitos". En los reconocimientos lo identificó como el cabo Oscar Canelo.
"Cuando el primer policía me dejó traté de salir de ese lugar pero el segundo policía había pasado por el baño que está al lado de la pieza y traía en la mano el preservativo, me dijo que me quedara donde estaba. Me tapó la boca, se bajó el pantalón junto con el calzoncillo y en la misma cama se subió arriba mío y también me penetró por la vagina. El otro policía, como escuchó que yo gritaba, le dijo que me tapara bien la boca. Yo quería morderlo, pero como no podía gritaba".

Amenazas y burlas
Todavía faltaba el oficial Morales. La autoridad máxima de la comisaría 1ª pareció mostrar que era quien dirigía los hechos. "Cuando este segundo policía terminó se cambió. Ya estaba el tercer policía en la puerta. También me tapó la boca y antes ya había ido a buscar al baño un preservativo, se subió arriba mío y me violó. Cuando terminó me dijo que ahora me podía ir y que si decía algo a Ezequiel me iba a pegar y me iba a dejar en la comisaría. Después me dijeron que si se me ocurría decir algo de lo que pasó que no me olvide que ellos eran policías y que sabían donde vivía y no sabía lo que iba a pasar".
La menor mantuvo en secreto el terrible hecho hasta el 5 de septiembre. Ese día, en la esquina de la comisaría 7ª se cruzó con dos de sus violadores. "Pasaron por al lado mío y me dijeron fiestera", reveló. Parecían demasiado seguros de su impunidad.
"Me fui a mi casa y me puse a llorar y cuando mi mamá me preguntaba porqué yo le decía que era por mi hermana (fugada del hogar), pero luego le conté lo que me había pasado". Ese mismo día hizo la denuncia.



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