En la primera mitad del año, la devaluación le trajo más problemas que beneficios a la industria vitivinícola. Las exportaciones cayeron entre un 17% y un 20% en el primer semestre, aunque la tendencia comenzó a revertirse en agosto.
"Pasó lo que se conoce como efecto jota, la exportación bajo al principio y luego repuntó, esperamos cerrar el año igual que el anterior o un 20% arriba", señaló Juan Carlos Pina, gerente de Bodegas de Argentina, la organización que agrupa a las principales empresas exportadoras de vinos finos.
Si bien admitió que en los últimos años, merced a las devaluaciones de los países competidores, la paridad uno a uno estaba afectando la competitividad de las exportaciones del sector, el directivo aclaró que la brusca transformación cambiaria llegó acompañada de innumerables problemas.
Aumentó el peso del endeudamiento que tomaron las empresas para financiar la reconversión tecnológica, subieron los insumos exportados (el corcho es uno de ellos), desapareció la financiación y se acortaron los plazos de pago, la imagen del país se transformó en una mochila frente a los clientes externos, se impusieron retenciones del 5% y se ingresó en un período de incertidumbre normativa que afectó la posibilidad de pactar o siquiera intentar operaciones. "Además los importadores dijeron: parte de la devaluación es mía. Y entonces querían pagar más barato", señaló Pina.
El panorama comenzó a cambiar en la segunda mitad del año y los empresarios estiman que cerrarán el año con exportaciones por encima del 2001. Aunque siguen mandando los embarques de vino fino, también crecieron los envíos de mosto (concentrado de uva que se utiliza para jugos y se coloca casi todo en Estados Unidos) y vinos de mesa, que se colocan en Uruguay, Paraguay, Bolivia y Perú.
Los finos resisten
En el mercado interno, los cambios económicos operaron de una forma singular. El consumo de vinos finos cayó sólo un 5% en la primera parte del año. Hay una razón económica: las empresas "hicieron un esfuerzo muy grande ya que el costo de producción subió 40% pero los precios no superaron el 15% de aumento", señaló Pina.
Arnaldo Gometz, de Catena Zapata, agregó una explicación psicológica: "En épocas de crisis, y esto ha ocurrido en distintos períodos en distintos lugares del mundo, hay gente que busca gratificarse, alguien que a lo mejor no puede viajar al exterior o no puede ir tres veces en el mes a comer afuera, va una vez pero se toma un buen vino".
Otra razón de fondo es que el mercado interno sigue concentrando el 90% de las ventas y las bodegas no están dispuestas a ceder espacio en función de exportar más. Precisamente, Gometz estuvo recientemente en Rosario presentando la línea Alamos de la bodega Catena. Es un vino que se vende en Londres a 12 dólares la botella y acá se vende a 15 pesos. "En números conviene exportar pero acá hay un segmento de mercado que está creciendo en volumen y no queremos ceder lugar", señaló.
En el universo de los vinos finos, las bodegas compiten para pelear segmento por segmento, que incluyen de los 2,50 a los 4 ó 5 pesos, hasta los 7/8 pesos, los que rondan entre 10 y 15 y los monstruos que sólo pueden conseguirse por encima de los 100. Fuentes del mercado coinciden en señalar que la mayor pelea en estos tiempos se da en el nicho de los 4 a 7 y el que se ubica por encima de los 10.
En esa pelea, algunas bodegas bien posicionadas en el segmento premium salieron a competir en segmentos medios con los llamados vinos "amables", una versión "económica" de aquellos.
La recuperación de los consumidores jóvenes es otra de las tareas en las que están embarcadas las bodegas. La devaluación, en ese sentido, puede ser una aliada ya que complicó la importación de bebidas alcohólicas en los últimos años habían ganado terreno, como el ron o el tequila.