Varias pasadas por la puerta del vestuario para ver cuántos periodistas aguardaban sus explicaciones. De fondo, el ruido de las duchas contra el piso del camarín visitante de la cancha de Lanús. De testigo un graffiti de otras épocas. "Ruso poné a Sánchez". Se refería a Miguel Russo y vaya a saber a qué Sánchez. Nada más, ni la más mínima articulación. César Menotti merodeaba por las adyacencias como buscando explicaciones, quizás contando hasta diez para no cometer ningún exabrupto. La rápida salida de Martín Mandra fue el primer movimiento. Y también el primer fracaso de los periodistas por conocer una declaración. El primer lote de futbolistas fue encabezado por el Rifle Castellano, y después Menotti. El técnico se abrazó con el ruso Norberto Verea, le recriminó que no hubiera ingresado antes al vestuario y charló con su amigo durante unos diez minutos. Después se negó a hablar. Con un lacónico "no, me voy", el entrenador canalla dejó a todo el mundo con las ganas. A los periodistas porque no pudieron terminar su tarea como correspondía. Y a los hinchas, no sólo a quienes lo protegieron contra los insultos desde la tribuna, sino a aquellos que esperaban el mínimo atisbo de respuesta del responsable técnico auriazul. El Flaco atravesó la zona de los camarines, esquivó el micro en el que ya se acomodaba la mayoría de los futbolistas para emprender el regreso, y se subió al auto de Rogelio Poncini después de firmar un par de autógrafos y de cerrar sistemáticamente la boca ante cada nuevo intento de la prensa por obtener al menos una frase acerca de la paupérrima actuación canalla. Cerró la puerta del automóvil casi con fastidio, recién allí se lo notó un poco más aliviado. Es probable que Menotti tenga razón, que sufre más de la cuenta dirigiendo a su Central, que a veces se le torna inaguantable, pero también es verdad que un entrenador de su jerarquía, sus quilates y su trayectoria debió ponerle el hombro a la derrota y hablar a pesar de que en realidad no había mucho para decir. El último futbolista en salir fue el capitán Daniel Quinteros, quien tampoco quiso hablar con los periodistas. Pero no hacía falta, su cara de fastidio era peor que la que mostró tras el empate frente a Huracán.
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