Otro paso gigante. Gigante como el volumen de juego que demostró en la semifinal. La corrida de Nalbert tras haber conseguido el último tanto del partido fue desahogo lógico de un encuentro en el que primó la emoción. Porque fue palo y palo. De un lado y del otro. Pero con una leve supremacía. La de Brasil. Los verdeamarelhos gozaron de un premio que por estas horas suena más que merecido, el de asegurarse un lugar en la final del Mundial de vóleibol. Porque al elenco sudamericano poco le importó tener enfrente al último campeón olímpico, Yugoslavia, al que venció por 3 a 1 (parciales 26-24, 22-25, 27-25 y 25-23), un equipo que hasta anoche había perdido un solo set en todo el torneo. Y si bien para que la alegría sea completa aún le falta dar un pasito más, Brasil disfrutará de 48 horas de algarabía, hasta que enfrente al ganador de Rusia y Francia. Partidazo, así podría definirse el encuentro jugado por brasileños y yugoslavos. Ambos equipos demostraron a lo largo de 1 hora y 40 minutos de juego por qué arrancaron como candidatos a pelear por el título. A lo largo de los 4 sets, con la excepción de un pequeño lapso del segundo parcial, dominado por Yugoslavia, ninguno de los dos pudo imponer una gran supremacía sobre el rival. Pero Brasil fue el equipo que mejor encontró el juego de conjunto y que en este trascendental partido tuvo en Anderson -entró como suplente- una válvula de goleo, cuando Giba, Nalbert y Henrique no dispusieron de oportunidades de concretar. Por el contrario, Yugoslavia dependió demasiado de la regularidad de Ivan Miljkovic y Goran Vujevic, quienes en los momentos decisivos perdieron algo de peso a raíz de los problemas que tuvo Nikola Grbic en el armado. En el banquete del Mundial, Brasil viene devorando los platos de a uno y con mucha, mucha calma. Y el domingo no será un día más. Tal vez logre por primera vez ganar un Mundial. Lo que será sin dudas la frutilla del postre.
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