Alejandro Cachari / La Capital
Juramento y traición en un mismo acto. El agua y el aceite desparramados en idéntica proporción. Parafraseando a Roberto Fontanarrosa, risa y llanto mezclados, casi caóticamente, en un partido en el que todo, o casi todo -lo bueno, lo malo y hasta lo regular- fue propuesto por Central. Dos a cero a los 10 minutos; 2 a 2 a los 35'. Casi sin darse cuenta, el equipo de César Luis Menotti fue dueño y señor de todos los momentos; responsable de las situaciones más importantes de un partido en el que había mucho más que tres puntos en juego. Los fantasmas, que siguen empecinados en instalarse nuevamente por Arroyito, fueron ahuyentados de un plumazo antes del cuarto de hora con una diferencia que parecía definitoria. Pero esos mismos fantasmas, que padecieron un desalojo violento en las primeras fechas del torneo con un arranque demoledor, apelaron a una segunda instancia que no sólo los fortificó en los resultados, sino que los alimenta en segmentos de un mismo partido. La irregularidad, más cerca del aplazo que de la aprobación, la súbita desestabilización del equipo, no se da de un partido a otro, sino en el lapso de los 90 minutos de un mismo encuentro. Y varias veces. Por eso Central fue el responsable casi exclusivo de todo lo que sucedió ayer en el Gigante. Tenía el partido ganado, después se lo empató solo. Al rato se confundió peligrosamente, dejó crecer a Huracán y el desarrollo pasó a ser patrimonio de la diosa fortuna. El que jugara un poco menos peor, tendría chances de llevarse el triunfo. No fue así, no se quebraron. El dominio territorial auriazul fue inconsistente, el contraataque de Huracán inquietante, aunque jamás desequilibrante. No volvieron a dañarse hasta el final. Es que el protagonista, el que llevaba sobre sus espaldas el peso del libreto, se murió en el medio de la película. Y los actores de reparto hicieron lo que pudieron. Y fue muy poco. Aunque el poco remunerativo premio consuelo se lo llevó Huracán. Porque cosechó lo que vino a buscar.
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