Año CXXXV
 Nº 49.621
Rosario,
viernes  04 de
octubre de 2002
Min 15º
Máx 26º
 
La Ciudad
La Región
Política
Economía
Opinión
El País
Sociedad
El Mundo
Policiales
Escenario
Ovación
Suplementos
Servicios
Archivo
La Empresa
Portada


Desarrollado por Soluciones Punto Com






El día que lloró por culpa de la prensa

Miguel Pisano / Ovación

Todavía parece ayer el lejano atardecer de noviembre de 1999, cuando el pibe Leandro Depetris rompió en llanto ante las cargadas de sus compañeros, a causa de la incómoda persecución de Ovación. Su equipo hacía fútbol en la canchita del club Brown de San Vicente, al lado de los infaltables eucaliptus del ferrocarril, y aquel flaquito rubio de 11 años que miraba desde un costado no aguantó más las gastadas mezcla de crueldad y envidia y se largó a llorar con los nervios propios de una situación extraña por donde se la mirara.
También parece ayer esa bucólica tarde cuando Leandro entró a su amplia casa de San Vicente, se negó a hablar con los enviados de este diario para una nota y se fue a tomar la leche a lo de la nona, a pesar de los vanos intentos del padre por convencerlo.
Después de la enésima vuelta por aquel encantador pueblito enclavado en la Pampa Gringa, 40 kilómetros al sur de Rafaela, el pibe volvió a su casa y se puso a leer de ojito la nota que uno de los enviados escribía en su propia computadora, hasta que finalmente aceptó el juego de las preguntas y respuestas que se esconde en cada entrevista, y hasta posó con una de las 18 camisetas de Milan e hizo jueguitos para el fotógrafo en la vereda.
Claro, Leandro era entonces un pibe de pueblo de apenas 11 años al que el poderoso Milan había llevado a Italia a una prueba y hasta le había ofrecido un contrato de varios cientos de miles de dólares, al que Zamorano lo quería llevar a Inter y al que los periodistas buscábamos como una rara avis. Parecía extraño, pero el chico no quería saber nada con esa rareza de hablar con un cronista y prefería andar todo el día en la bicicleta todoterreno amarilla de su amigo, el Ale Boretto, tomar la leche en la casa de la nona y practicar en Brown sin que lo jodieran. Pero más llamativo todavía parecía que sus compañeros de equipo lo cargaran porque el chico fuera perseguido para hacer una entrevista, casi como si a alguien lo curtieran por haberse ganado la grande.
Con todo, ahora que Depetris jugó un par de años en las inferiores de Milan y lo hace en la novena de River uno no puede olvidar el incómodo sentimiento de culpa que nos envolvió junto al reportero gráfico cuando el pibe se puso a llorar por los nervios, al extremo de hacernos sentir dos perfectos imbéciles por haberlo perseguido hasta las lágrimas después de la nota, a cambio del exiguo rédito de verlo jugar y de tener la mejor frase para titular y la foto del chico de la tapa.


Notas relacionadas
Depetris se fue a Milan a los 11 y ahora juega en la novena de River
"Irme me sirvió para crecer como persona"
Diario La Capital todos los derechos reservados