 |  | Editorial Críticas desde el exterior
 | En los últimos tiempos, desde que la crisis económica argentina explotó, se ha hecho costumbre entre los dirigentes políticos latinoamericanos el descargar munición gruesa contra el país que ocupa el extremo austral del continente. El último eslabón que se agregó a la cadena fueron las desafortunadas declaraciones del candidato presidencial brasileño por el Partido de los Trabajadores (PT), Luiz Inacio Da Silva, mejor conocido como "Lula". El hombre que se perfila como el próximo mandatario de la principal potencia económica del Mercosur no encontró mejor manera de aludir a la fortaleza y confiabilidad de su patria que afirmar que "Brasil no es una republiqueta, Brasil no es la Argentina, Brasil no va a quebrar". Ciertamente, más allá de la cautela con que reaccionó el presidente Duhalde ante el exabrupto -al que minimizó-, no deja de sorprender este agresivo tenor en los dichos de quien por una obvia razón de proximidad geográfica debería adoptar actitudes vinculadas con la solidaridad, y no con el más explícito desprecio. Pero más curioso aún resulta que tales conceptos encuentren eco favorable en la propia Argentina. El mismo fenómeno se produjo en torno de las recordadas (y lamentables) palabras vertidas en su momento por el presidente uruguayo Jorge Batlle, cuando calificó a los argentinos de "ladrones". Pese a las posteriores aclaraciones y rectificaciones, a nadie le quedaron dudas de qué era lo que el jefe de Estado oriental había dicho. Aunque, sorprendentemente, una consulta realizada a través de la página web de un matutino porteño de circulación nacional reflejó los elevados niveles de adhesión que tal improperio había despertado. Lejos se encuentra esta columna de adherir a posiciones chauvinistas o superficialmente nacionalistas, pero tampoco corresponde permanecer indiferentes ante la notoria actitud masoquista que deja traslucir la aquiescencia frente a semejantes brulotes. Difícilmente se pueda encontrar el camino de la reconstrucción nacional si no se incrementan los niveles de confianza en las propias fuerzas y también los de autorrespeto. Que las políticas económicas implementadas en el pasado hayan sido erradas o que los representantes del pueblo no hayan demostrado las necesarias idoneidad y transparencia no significa que tal baldón se extienda, como una mancha de petróleo en el mar, sobre el pueblo todo. Suficientes pruebas de capacidad, valentía y talento han dado los argentinos como para asentir ciegamente ante las livianas descalificaciones que emiten tantos interesados gurúes de turno.
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