Hace tres años, a las 8.10 de una mañana primaveral como la de hoy, tres hombres armados reducían a tres trabajadores que llegaban a la sucursal Villa Ramallo del Banco Nación y los obligaban a ingresar a punta de pistolas. Una vez adentro, otros tres rehenes correrían idéntica suerte. Así se iniciaba lo que pareció un asalto más de los que a diario sufrían las entidades bancarias. Sin embargo hubo algo que lo hizo diferente. ¿Hubo una falla en el plan delictivo o todo se montó en busca del final que llegaría? Más allá de esas preguntas, para las cuales ni el mismo juicio que se sustancia dará respuestas, se iniciaron 20 largas horas durante las cuales los ladrones se mantuvieron dentro del edificio con el manifiesto objetivo de conseguir las llaves y las claves que les permitieran abrir la bóveda y de esa manera alzarse con el botín. Hubo un mediador que condujo las negociaciones, un juez federal que se hizo cargo y un ejército de policías que trastocó la serenidad de un pueblo donde nunca pasó nada. Hace tres años, a las 4.12 de la madrugada, llegó el trágico final. Los asaltantes huyendo junto a tres rehenes y ni un solo peso de los que fueron a buscar. Una lluvia de balas contra el auto y un saldo atroz: dos rehenes y un delincuente muertos; otra rehén herida y dos asaltantes ilesos. Más tarde, uno de estos dos aparecería misteriosamente ahorcado en la comisaría donde lo habían alojado. Pasaron tres años desde entonces y el recuerdo pareció diluirse en la memoria colectiva, azotada por hechos policiales de una gravedad a veces superior a este. Sin embargo, en las familias de Carlos Chaves y Carlos Santillán, el gerente y el contador del banco que murieron bajo las balas policiales, el recuerdo sigue vivo y esperanzado: un tribunal se apresta a juzgar a nueve personas acusadas por su participación en el golpe. Sin "presiones de ningún tipo", como lo adelantó un vocero judicial que recordó la fecha como "un hecho que tiene que ver más con lo mediático que con lo judicial".
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