Eduardo Valverde / La Capital
El ocultamiento del cadáver de Eva Perón luego del golpe militar de septiembre del 55, uno de los hechos malditos de la historia reciente, sigue despertando la curiosidad de investigadores y hombres de letras, al tiempo que es un tema de gran interés para los argentinos. Prueba de ello es el hecho de que el libro del periodista Sergio Rubín analizando el papel que jugó la Iglesia junto al Ejército en estos hechos haya agotado ya dos ediciones. En una entrevista con La Capital, Rubín aseguró que "este hecho trágico refleja el profundo odio político en Argentina, donde ni siquiera nuestros muertos podían descansar en paz". -¿Cuál fue la motivación que llevó a la Iglesia (tanto a los dignatarios locales como a las altas autoridades del Vaticano, encabezadas por el Papa Pío XII) a llevar a cabo junto al Ejército esta polémica operación de ocultamiento del cadáver de Eva Duarte de Perón durante 14 años, entre 1957 y 1971? -Hay por lo menos dos grandes interpretaciones sobre este hecho. El argumento que tiene carácter más oficial, más subrayado por la Iglesia, es el tema de la preservación del cuerpo. Hay que situarse en la época, en aquellos tumultuosos días de 1955 luego de la caída de Juan Domingo Perón, en una etapa caracterizada por un antiperonismo muy fuerte, como resultado de los diez años de ese régimen y el recorte a las libertades públicas que se vivió en el último tramo del gobierno. Luego viene la revancha, muy virulenta. Hay que recordar que la Armada quería destruir el cuerpo, y que se produjo una reunión del gabinete nacional para tratar el tema del cadáver, donde llegó a hablarse de su disolución con ácido. Por otro lado, está la teoría que plantea que la dictadura de Pedro Eugenio Aramburu quería sacar de circulación ese cuerpo, esconderlo porque le temía, dado que Evita era la gran bandera del pueblo peronista. Se hablaba de que el ex secretario general de la CGT, Miguel Espejo, quería alzarse con el cuerpo e iniciar una contrarrevolución. -Lo paradójico es que precisamente la facción más dura del Ejército Argentino, que había derrocado al régimen peronista, fue la que tuvo a su cargo el ocultamiento del cadáver de Evita. Incluso llegó a hablarse mucho de los daños que sufrió el cuerpo, producto del ensañamiento y del odio que la figura de la compañera de Perón despertaba entre los uniformados... -Exactamente. Hay que pensar que el mensaje de la línea más conciliadora del Ejército, es decir el "ni vencedores, ni vencidos" del general Eduardo Lonardi, duró apenas algo más de cuarenta días. La expresión más dura, con Aramburu y con el almirante Isaac Rojas, es la que termina haciéndose con el poder. -¿Quién fue el cura que tuvo un papel tan determinante en esta historia? -Se trataba de un sacerdote llamado Francisco Rotger, miembro de la Compañía de San Pablo, muy cercano al entonces teniente coronel Alejandro Agustín Lanusse, jefe del estratégico Regimiento de Granaderos a Caballo. Siendo que se autodefinía como un buen católico, Aramburu quería dar al cuerpo cristiana sepultura y no ceder a la presión de la Armada de quemarlo. Estaba muy preocupado por el comportamiento del teniente coronel Carlos Mori-Koenig, quien era el jefe del Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE) después de la Libertadora, y había tenido a su cargo el cadáver en los primeros meses, tras retirarlo de la CGT el 23 de noviembre del 55. Según se pudo comprobar, Mori-Koenig lo manosea, lo pasea por todos lados y lo veja. Había entrado en paranoia con el cuerpo, e incluso llegó a tenerlo parado en su despacho. -¿Cómo se gesta el plan? -Precisamente, como Aramburu estaba muy consternado por la suerte del cadáver, Lanusse (quien en ese entonces lo admiraba, compartía su ferviente antiperonismo y quería colaborar con él) gestó en su propio despacho, junto a su amigo Rotger, capellán del regimiento, el plan de traslado y ocultamiento del cuerpo. -¿En qué consistió el operativo, y qué papel jugó el Papa Pío XII en los hechos? -La operación se realizó a través de esta orden a la que pertenecía Rotger, la Compañía de San Pablo, una comunidad secular que tenía su sede en Milán. El superior general de la orden, el padre Gregorio Penco, aprobó el plan y logró la anuencia de Pío XII, quien en realidad "se hizo el distraído" y permitió que, bajo cuerda, el cuerpo de Evita estuviera catorce años enterrado bajo un nombre falso en el cementerio de Milán. -¿Qué conclusiones sacó luego de esta investigación? -Esta operación es en realidad muy discutible si pensamos que Juana Ibarguren, la madre de Evita, muere sin saber dónde estaba el cuerpo de su hija. Pero hay que situarse en la época y ver su proyección. Descarto que haya habido en la Iglesia una intencionalidad política en ocultar el cuerpo para de alguna manera "sancionar" a Perón. Todo esto refleja el odio político en Argentina, donde ni siquiera nuestros muertos podían descansar en paz.
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