Año CXXXV
 Nº 49.603
Rosario,
lunes  16 de
septiembre de 2002
Min 8º
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Opinión: Una inexistente cruzada periodística

En dos mil años de historia, los hombres de la Iglesia han transcurrido su protagonismo entre aciertos y errores, pero, evidentemente, en todo ese tiempo todavía no han podido resolver adecuadamente sus cíclicas contradicciones. Más aún cuando éstas surgen de actitudes corporativas que nada tienen que ver con la doctrina cristiana y, peor todavía, cuando esas mismas actitudes los alejan de una labor pastoral que debería estar destinada definitivamente a concentrar todo el amor de Cristo hacia la humanidad.
Las declaraciones formuladas por el arzobispo de Rosario, monseñor Eduardo Mirás -al menos insólitas y preocupantes- parecen discurrir en el marco de esas contradicciones no resueltas. Pero el problema se torna más grave aún si apuntan, como en este caso, a descalificar a otros hombres y mujeres de la propia Iglesia o a pretender justificar hechos que no sólo atentan contra la moral y la ética, sino además se relacionan peligrosamente con una supuesta violación de las leyes.
Es evidente que el prelado ha interpretado erróneamente toda la información proporcionada hasta ahora sobre el tema que conmueve a la feligresía santafesina. Considerar que este diario se ha comportado escandalosamente en todo este tiempo y que, como un grupo mafioso, ha perseguido la concreción de otros destinos extraperiodísticos, aun a costa de producir un daño a la Iglesia, parece significar una velada pretensión de minimizar la gravedad de los hechos, en nombre de una inexistente cruzada.

Los hechos
Desde el comienzo de la cobertura del caso de monseñor Storni La Capital se ajustó al más estricto concepto periodístico, siguiendo los hechos como se fueron sucediendo. El escándalo estalló hace un mes, cuando la periodista Olga Wornat presentó en Santa Fe un libro sobre la historia de la Iglesia argentina. Un capítulo contiene revelaciones sobre una investigación iniciada en 1994 por el obispo de Mendoza, monseñor José María Arancibia, por orden directa del Papa a raíz de numerosas denuncias recibidas sobre la conducta sexual de Storni.
Una vez terminado, el trabajo quedó olvidado en algún cajón de la Santa Sede, y sus conclusiones permanecieron guardadas en el más hermético silencio; el mismo que mantienen todos los obispos cada vez que son requeridos por la prensa, incluso los acreditados en la Santa Sede.
La única referencia hecha por el Episcopado Argentino fue al término de la última reunión de la Comisión Permanente, cuando Mirás dijo, en nombre de la máxima entidad católica argentina, que "monseñor Storni merece nuestro respeto", sin haber formulado después ninguna otra declaración.
Tan marcada descalificación al trabajo de este diario implica también al de todos los medios capitalinos y rosarinos, tanto radiales, televisivos como escritos. Incluso aquellos que en su momento creyeron que estaban ante la promoción del libro "Nuestra Santa Madre" y optaron por ser cautos al respecto, pero se rindieron ante la información cuando los hechos que se produjeron más tarde se hicieron públicos.
Cuando La Capital inició esta tarea periodística, a partir del capítulo 9, dedicado a la Iglesia de Santa Fe, surgieron dos aspectos para tener en cuenta: ese segmento estaba basado en gran parte en la investigación de Arancibia; además, fuentes consultadas de absoluta confianza estrechamente ligadas a la Iglesia refirieron que la conducta de Storni era conocida desde hace casi 20 años.

Vértigo
De allí en adelante todo sucedió vertiginosamente. El Senado pidió una investigación judicial sobre el arzobispo; ex seminaristas ratificaron lo señalado en el libro; el padre José Guntern reconoció su carta a Storni sobre el episodio de Calamuchita y fue obligado a retractarse bajo presión -toda la cúpula del Arzobispado desfiló por los Tribunales para declarar ante el juez Julio César Costa como imputados de los delitos de coacción intimidante, falsificación de documento público y privación ilegítima de la libertad, incluidos dos seminaristas-; los fieles de la parroquia San Roque realizaron varias demostraciones de respaldo a Guntern; el vicario general Hugo Capello fue rechazado por su feligresía en la capilla de Nuestra Señora de Guadalupe; y el vicario para la Educación, Mario Grassi, fue expulsado por las monjas del colegio San José Adoratrices por usar sus homilías para defender problemas personales. También está en curso una investigación sobre las recaudaciones obtenidas en tres colectas anuales: Más por Menos, Para Tierra Santa y Obolo de San Pedro.
Así las cosas, cabe preguntarse cuál es la campaña que según monseñor Mirás urdió La Capital. Tal vez, el arzobispo de Rosario no ha interpretado aún que la sociedad toda está reclamando una renovación de los hombres en las instituciones, y que ese clamor ha llegado también a tierras santafesinas.
La actitud de Juan Pablo II de pedir "perdón a la humanidad por las atrocidades realizadas por los hombres de la Iglesia en todo el mundo", parece no haber sido aún comprendida por todos aquellos que deberían seguir su prédica.
En todo caso, si se produjo algún daño a la Iglesia, los culpables deberían buscarse en otros lugares, que no son precisamente los medios de comunicación.


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