Año CXXXV
 Nº 49.600
Rosario,
viernes  13 de
septiembre de 2002
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Reflexiones
La tragedia está viva y empeora

Fernando Buen Abad Domínguez (*)

Todos los días, cuando el atardecer se rinde ante la magnificencia de las noches argentinas, las calles de las ciudades se inundan con el hambre, la desesperación y la rabia de miles de personas. Victimadas por una crisis irrefrenable (que ha sido un gran negocio neoliberal entre políticos, empresarios y banqueros Fondo Monetario Internacionalistas), más de 100.000 personas (sólo en la ciudad de Buenos Aires) salen a cazar bolsas de basura para comer de ellas lo comible. Desechos de todo tipo son dieta cotidiana de niños, mujeres y abuelos. Vienen por comida, papel, cartón y todo cuanto pueda ser vendible en una industria de basura que lo es en muchos sentidos. Vienen desde los cinturones de miseria más apartados para "limpiar" con la lengua, literalmente, lo que otros tiran a la calle en bolsas de plástico lustrosas.
Algunos informes (casi como una bofetada) sostienen que Argentina produce alimentos para 300 millones de personas. Algunos sectores dicen con jactancia que "este es un gran país lleno de riquezas", y no mienten, pero desde la mirada del 53% de la población, que está debajo de la línea de la pobreza; desde la mirada del desempleo que no baja del 30%; desde la óptica de quienes alimentan con basura a sus hijos en calles abonadas generosamente con mierda de perro, la gran riqueza de la Argentina suena a puro cuento o a puro robo.
Se trata de un asesinato a gran escala. Un genocidio. Las víctimas pasean su muerte diariamente. Para ellos como para muchos no hay trabajo, no hay comida, no hay protección sanitaria, no hay escuela. Son personas en agonía permanente que desfilan como ejércitos de la hambruna destazados por la crueldad de un sistema que depreda sin dejar de obtener ganancias. Es una tragedia espantosa.
Nadie acierta en nada. La crueldad infinita de esta masacre tiene incluso ribetes tragicómicos. Algunos políticos piden que se ponga todo desecho comestible en bolsas de basura limpias. Hay un tren especial, sin puertas ni ventanas, para transportar toda esa humillación que desfila interminablemente ante una ciudadanía que se prepara para las elecciones. No falta ciertamente, aunque escasa, la solidaridad de algunos vecinos que, desde su crisis propia, hacen lo que pueden. Es un asesinato lento. Una canallada desesperante y demoledora. El frío taladrante de las noches da bofetadas sobre el rostro de los niños y los ancianos. Y también sobre los nuestros.
Nadie se hace responsable aunque la culpa sea de todos en alguna medida. Vi cómo un perro gruñía a una niña mientras disputaban por una bolsa de basura en una esquina del barrio de Almagro. ¿Puede uno quedarse callado? ¿Debe? ¿Qué hay de distinto entre estos asesinatos por hambre y los asesinatos en el puente de Avellaneda?
En pocos meses, es decir, desde que el 19 y 20 de diciembre marcaron la historia argentina, sopla un viento fétido de crimen multiforme que nadie, o muy pocos, denuncian o persiguen. No están los jueces ni los fiscales, los políticos ni los funcionarios, la policía ni el ejército en búsqueda incansable tras los responsables de este asesinato masivo por hambre. No parece ser una emergencia nacional. Y lo es. Más agitación generan los accidentes aéreos, los terremotos, las inundaciones... y esto no es menor. ¿Cómo hay que decirlo? El proceso de degradación física, moral, laboral, psicológica... de cada persona que para "vivir" debe escarbar basura tiene una caída libre de consecuencias desastrosas. La basura no es el problema. En condiciones de justicia y dignidad laboral ese trabajo, como cualquier otro, además de sueldos justos, debería contar con las herramientas y precauciones correspondientes a un oficio con alto grado de riesgo. En condiciones de dignidad y justicia laboral y social la basura incluso no sería la misma ni lo mismo.
Cada persona, niño, niña, anciano, joven, adulto... que se lleva a la boca pedazos de pizza, pan, pasta, verduras o carne sobrantes de una casa, restaurante o empresa, ahoga en sí un alarido descomunal. Nadie escucha. Son mártires en una guerra de exterminio que caminan la noche empantanados por la miseria. Avanzan con firmeza hacia la enfermedad, la derrota del espíritu y la muerte. Algunos incluso ya están muertos aunque uno escuche que las bolsas de basura se mueven.
Hay que frenar esta tragedia nacional urgentemente. No importa cuántos periodistas, dueños de emisoras, programas de concursos, jodas mediáticas, discursos oficiales, caridades multinacionales, préstamos del FMI, buenas conciencias o mesianismos asistencialistas... usen para esconder, disimular o lavar tanto crimen impune. El neoliberalismo imperialista no podrá esconder toda la muerte que ha producido y sigue produciendo. No podrá convencernos de que esta carnicería desfachatada de injusticia y crimen es el precio que debemos pagar para celebrar las fiestecitas del progreso que ellos saben cobrarnos y muy bien.
La tragedia está viva y empeora.

(*) Escritor


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