 |  | Editorial Maestros de la vida
 | La dramática coincidencia que se produjo en torno del 11 de septiembre, Día del Maestro en la Argentina y simultáneamente la fecha en que el mundo entero evocó la tragedia del World Trade Center, hizo que este espacio debiera postergar el merecido homenaje a aquellos que tienen en sus manos una de las más trascendentes responsabilidades sociales, cual es la de educar al pueblo de la Nación. Más que nunca en momentos de crisis como el presente, en que el país afronta una de sus horas más difíciles, se torna crucial el aporte que realizan los docentes en su cotidiana tarea al frente de la clase. El pasado miércoles La Capital eligió -como símbolo de la encomiable tarea que realizan- reflejar las experiencias de tres maestros no videntes, que enseñan a alumnos que se encuentran en la misma condición. Y la nota reflejó con claridad absoluta que, desde el más humilde de los silencios, muchas personas dan ejemplo de cómo construir una vida sobre la hermosa base que constituye la solidaridad. La Escuela Especial Nº2.014 Luis Braille, situada en calle España al 500 de esta ciudad, tiene más de medio siglo de fecunda existencia y a ella concurren más de ochenta alumnos que perdieron la vista o perdieron la posibilidad de ver. El principal objetivo pedagógico de la institución es que quienes allí se educan aprendan a valerse por sí mismos en la vida cotidiana. Los "programas" incluyen, por ende, desde aprender a orientarse y movilizarse por las calles rosarinas con el bastón blanco hasta cómo tomar un ómnibus y -aunque parezca increíble- cómo cebar un buen mate. Conocimientos todos que, fuera de dudas, contribuirán a la integración de los ciegos a un entorno que no ha sido pensado para ellos. Los tres docentes que conversaron con este diario expusieron conceptos claros, pero uno de ellos se erigió en el principal: "No se puede enseñar apelando a la lástima", dijeron a coro, dejando sentado que el primer elemento a defender en la enseñanza es la dignidad humana. Los tres, además, hablaron de sus vidas y dijeron que su condición de no videntes no ha se ha convertido en obstáculo para alcanzar la plenitud personal, tanto en el trabajo como en la vida afectiva. Una lección de vida que vale la pena recordar, sobre todo cuando son demasiados quienes optan por la queja como síntesis excluyente de su relación con el mundo.
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