Eugenia Langone / La Capital
"Esto no es el paraíso, pero tampoco es el infierno". Es el Hospital Geriátrico de la provincia y así lo describió uno de los abuelos que vive en el edificio de Ayolas al 100. Claro que ayer no fue un día como todos. El desplazamiento del ahora ex director Mario Tsernotópulos hizo que en los pasillos el clima fuera diferente. Son 240 los ancianos que pasan sus días en el lugar y quejas no les faltan: aseguran que la comida es regular, dicen que se aburren y unos pocos protestan porque los pacientes psiquiátricos están junto al resto de los abuelos. Pero todos reconocen "los esfuerzos" que hacen los empleados. La tormenta se desató anteayer cuando el ministro de Salud provincial, Fernando Bondesío, decidió desplazar de su cargo al ahora ex director para poner en funciones al médico Walter Hyon. El titular de la cartera había asegurado que "había abuelos solos, pacientes rodeados de gatos, una caldera abandonada y un secadero de ropa que daba asco". Pero ayer los empleados del geriátrico le demostraron su apoyo al ex director y más aún, declararon al ministro Bondesío "persona no grata". Pero más allá de los tironeos oficiales, cada uno de los ancianos tiene su historia y lo cierto es que la mayoría depende del personal de enfermería para movilizarse. Italo Bello tiene 87 años, hace un año que vive en el hospital y se mueve sobre una silla de ruedas. Mientras comía canelones y flan aseguró que "no saben cocinar", pero aclaró: "Las señoritas nos atienden muy bien". El geriátrico está atendido por más de un centenar de empleados, entre enfermeros, mucamas y personal médico. "A veces nos vemos sobrepasados porque el 93 por ciento de los pacientes son dependientes", explicó Eva Paré, supervisora de enfermería desde hace 20 años. Simón Grela tiene 75 años, hace tres que está en el hospital y allí se buscó "un trabajito": todas las mañanas es locutor en la radio del geriátrico (FM 99.1). "Nos atienden bien, pero el problema es que hay muchos pacientes psiquiátricos y eso no nos hace bien. Además, la comida es de regular a mala", contó Simón, quien no ahorró quejas: "A veces a los baños no se puede entrar". Es que aunque la mayoría de los baños del hospital están remodelados, La Capital constató que en uno de los sanitarios, justo al lado de uno de los comedores principales, la falta de limpieza era notoria. El centenario edificio fue reestructurado en varias oportunidades. Por eso, los pabellones más viejos llegan a albergar a más de 20 camas, mientras que en las áreas nuevas los ancianos duermen de a tres. "La vida en el geriátrico es aburrida, no hay mucho para hacer. A la tarde leemos y charlamos con amigos", contó Simón. En cambio, Rodolfo Paugés (75 años), quien es su compañero de micrófono en la radio del hospital, aseguró: "Miro televisión, leo y charlamos. Acá adentro si te aburrís, perdés". Cerca del comedor está la Unidad de Cuidados Paliativos con 9 camas y es para abuelos que padecen enfermedades terminales. "Es un lugar donde reciben cuidados especiales", explicó la supervisora de enfermería. Cerca de allí hay otro comedor, donde estaba Ernesto Deliarriba con su gato sobre las faldas. "Me gustan mucho los animales", dijo el hombre de 78 años, mientras le guardaba en un vaso un poco de polenta con carne para su mascota. Ernesto hace un año que está en el hospital y tiene seis nietos que los visitan dos veces por semana. El hombre era peluquero y aseguró que su único entretenimiento es jugar "un truquito" a la tarde. Las mujeres, en cambio, hacen laborterapia pintando sobre madera. Otras salen del hospital. Ese es el caso de Lidia Stelari, que hace siete años que está en el geriátrico y que ahora cursa el 6º grado en una escuela nocturna. "Soy una de las mejores alumnas", dijo orgullosa. Así, los abuelos pasan los días. Algunos son visitados por sus familias, otros en cambio están solos. "Muchas son personas que vivían en la calle, alcohólicos e indigentes", aseguró Eva Paré. Pero claro que en el Hospital Geriátrico queda mucho por hacer. Y, según dijo Rubén Gunem, un paciente de 62 años: "Esto no es el paraíso, pero tampoco es el infierno. Sólo es Argentina, siglo XXI".
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