Año CXXXV
 Nº 49.575
Rosario,
lunes  19 de
agosto de 2002
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Claudio Lepratti fue una de las siete víctimas rosarinas del Diciembre Negro
"El Pocho vive en el corazón y en los rostros de los que exigen justicia"
Así reza uno de los graffitis en Ludueña, el barrio donde desarrollaba su militancia social el ex seminarista

Eduardo Valverde / La Capital

Ludueña es uno de los barrios de Rosario más golpeados por la crisis económica y social que padece todo el país. Enclavada en su corazón está la villa en donde cumple su tarea pastoral el padre Edgardo Montaldo, titular de la Vicaría del Sagrado Corazón.
En incontables paredes de esa barriada se reivindica, aerosol mediante, la memoria y la obra de quien fuera precisamente uno de los más estrechos colaboradores del sacerdote salesiano. El nombre de Claudio Pocho Lepratti aparece entrelazado a leyendas como: "¡Pocho vive, carajo!", "El San Pocho de Ludueña", "Pocho, tu lucha seguirá" o la contundente "El Pocho vive en el corazón y en los rostros de los que exigen justicia".
En uno de esos paredones se deja constancia del afecto y el crecimiento en las conciencias que Lepratti despertó fundamentalmente en los jóvenes más humildes de la zona, cuando estamparon "El Pocho nos muestra el camino", al tiempo que le desean un fraternal "Feliz cumple" con una fecha debajo: 27/02/02.
Sin embargo, Pocho hacía ya más de dos meses que había caído bajo las balas policiales en los trágicos episodios que desembocaron en la caída del presidente Fernando de la Rúa, cuando clamaba por el cese de la represión desde el techo de una escuela de barrio Las Flores, en cuyo comedor trabajaba.

Un "cristiano revolucionario"
Lepratti, un ex seminarista y profesor de filosofía a punto de cumplir 38 años, que había consagrado sus mejores años al rescate de la juventud en riesgo social y se autodefinía como "un cristiano revolucionario", fue una de las siete víctimas rosarinas de la violencia que enlutó al país en lo que se dio en llamar el Diciembre Negro.
Pocho fue velado en el patio de la escuelita del padre Edgardo, con el marco de una impresionante muestra de dolor popular. Cientos de personas quisieron darle un último abrazo, antes de que su cuerpo fuera trasladado a Concepción del Uruguay, la tierra que lo viera nacer y en donde ahora descansa.
El hombre que decidió no entrar en el aparato formal de la Iglesia pero que conservó hasta su último aliento los votos de pobreza y abstinencia, demostró con su praxis social que había comprendido en forma cabal el mensaje del Evangelio.
El padre Montaldo, un testigo privilegiado de la tarea pastoral y social de Pocho, apeló a un artículo aparecido en el diario mejicano La Jornada para delinear su perfil: "Cuando se hizo noche en Argentina, muchas estrellas salieron a la calle para pelear por la claridad", y recordó que al joven entrerriano lo habían matado "en su lugar de trabajo, todo un signo si pensamos que la mayoría de los desaparecidos durante el Proceso eran trabajadores".
Montaldo recordó a La Capital que el día del velatorio de Lepratti, un policía de la comisaría 12ª lo abordó "preocupado por las connotaciones que podría tener ese acontecimiento", a lo cual el sacerdote respondió que "a Pocho lo mató un cana en su lugar de trabajo y sus compañeros de la comisaría le podrán contar, en relación con la historia del barrio, la cantidad de adolescentes y jóvenes que no conocieron la seccional gracias a su prédica".
El sacerdote aseguró que "en un momento en que la mayoría de los chicos que andan desorientados y desocupados se juntan alrededor del gran negocio de la droga y la delincuencia, muchos de ellos se nuclearon alrededor de sus sueños e inquietudes".
Montaldo precisó que Pocho, luego de abandonar el seminario salesiano de Funes, en 1991, se quedó a vivir en un humilde rancho de Ludueña y se acercó a colaborar en la tarea de contención social de los adolescentes y jóvenes del barrio, al tiempo que militaba gremialmente en la Cocina Centralizada, donde fue delegado y participó en la histórica carpa como uno de los tantos despedidos por su actividad sindical.
El vicario de Ludueña completó su retrato afirmando que "se consagró por entero a un proyecto de liberación" y que "más allá de su generosidad, ella iba en profundidad buscando sumarse y sumar en la búsqueda de una sociedad más justa".
Uno de los pasajes más conmovedores de la Biblia dice: "No hay amor más grande que el de aquel que da la vida por sus amigos". Y Pocho la dio. Aquella fatídica tarde del 19 de diciembre de 2001, se subió al techo de la escuela de Las Flores y trató de detener la represión que se abatía sobre los vecinos del barrio, muchos de ellos padres y alumnos del establecimiento.
Sus últimas palabras fueron: "Dejen de tirar que hay pibes comiendo". Esos mismos pibes de Ludueña dicen que ahora "Pocho vive" para siempre y que sigue tomando mate con ellos entre los estrechos callejones de la villa.



Pocho Lepratti se convrtió en un mártir en Ludueña.
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