El más que probable alejamiento de Marcelo Bielsa del seleccionado , en algunos casos más inducido que confirmado por el propio entrenador, ya abrió una página negra en la historia del fútbol nacional por el desembozado manejo de intereses impulsado por el establishment mediático que reina en el país. Y la sucesión del entrenador se ve direccionada por esos medios que postulan a su candidato, Oscar Ruggeri, después de bajarse de esa posibilidad otro representante del grupo como Carlos Bilardo. Dentro de ese avance sobre la voluntad de quienes (o quien) deben tomar semejante decisión (Grondona), se enmarcó una virulenta campaña de descrédito para Bielsa, para el coordinador de selecciones, Pekerman, y los jugadores, en ese orden. Los encendidos elogios vertidos sobre las cualidades del técnico rosarino trocaron ahora en feroces críticas por su "falta de flexibilidad" para mudar de ideas según las circunstancias, algo que en la exitosa etapa de eliminatorias se destacó. Y lo peor es que estos conceptos laudatorios de un principio y hasta ofensivos de ahora, salieron de las mismas bocas, obviamente que siempre por interesadas razones que, aunque trataban de mostrar lo contrario, soslayaban lo esencial, que era el aspecto futbolístico. La postulación de Ruggeri, un emblemático del seleccionado argentino, pero como jugador y capitán, no se equipara y por ende no se justifica bajo ningún concepto respecto de su carrera como técnico, tan breve como carente de mérito. Dos pasos cortos e intrascendentes por San Lorenzo y Chivas de Guadalajara no sostienen, ni mucho menos, siquiera la inclusión del Cabezón en una lista racional de candidatos potables para hacerse cargo nada menos que del seleccionado argentino. Pero su integración al medio lo lleva a mostrarse ante la prensa como si fuera el candidato excluyente que llega por condiciones propias y no como títere de voluntades ajenas. Por eso Grondona, tan hábil para negociar como orgulloso de su poder, se resiste a que le impongan el técnico sus socios televisivos, y ya lanza sin tapujos al propio Pekerman para el cargo. Es sabido que José siempre se resistió a hacerse cargo de los mayores, prefiriendo manejarse entre chicos a los que condujo al éxito. "Mi Mundial no es este, pero podría ser el próximo", dijo alguna vez Pekerman, cuando la llegada al cargo de Bielsa todavía no era concreta. Y si es fiel a su palabra, entonces el sillón eléctrico del seleccionado debería tener su nombre escrito. El tercer hombre para el puesto es el que impulsa la gente desde la lógica y la coherencia: Carlos Bianchi. Pero por esos vericuetos del poder parece que el Virrey no tiene espacios para penetrar, quizás porque tenga con Bielsa y su antecesor, Passarella, un punto en común mal visto desde arriba: la indocilidad. Y todo, en definitiva, vuelve a pasar por el mismo meridiano, el de los intereses empresarios que no valoran la excepcional honestidad de Bielsa (sobre todo en este momento del país) y también su capacidad, no exenta de errores normalmente humanos. Pero esta manipulación puede hacer estragos aún mayores que una eliminación en primera ronda, aunque se esté haciendo en caliente, con la herida en carne viva. Porque si se apura el tiempo de la elección (Bielsa todavía no se fue), se estará prestando oídos a quienes no merecen ser escuchados. Habrá que ver si el 30 de julio, cuando en Varsovia se reúnan los entrenadores del Mundial, convocados por Fifa con el fin de evaluar lo actuado, Bielsa concurrirá siendo el técnico del seleccionado argentino. O si allí, en la capital de Polonia, el Loco tendrá que cumplir con un compromiso protocolar mientras otro goza de las mieles del cargo que vence a fin del corriente mes. Sería saludable que en este caso, como debería ocurrir en tantos otros, el sentido común fuera el que tuviera la última palabra. (Télam)
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