Alfredo Montenegro / La Capital
Los parroquianos que ayer desayunaron en el bar de Entre Ríos entre San Luis y San Juan vieron cómo un grupo de coreanos vivía un día muy especial. El gol de oro de Ahn Jung Hawn levantó de las sillas a los asiáticos y entre abrazos y gritos incomprensibles para el resto de los presentes se acercaron a la patria tan lejana. Por la tarde, Juliana Park contaba que no fue de la patriada cafetera, pero admitió con una sonrisa oriental que ayer faltó a la escuela para quedarse en la casa de su abuela frente a la ilusión televisada. "Me gusta Jung Hawn, ese de rulitos rubios". Juliana tiene 14 años, estudia en La Misericordia" y vino de Anyang, su ciudad natal, hace diez años. Ella fue quien corrió con la bandera de su país para encontrarse con sus coterráneos. "Me apenó mucho la eliminación de Argentina", confesó la canalla por adopción. En tanto, las clientas del negocio de ropas femeninas de Entre Ríos casi San Luis sonreían al ver la felicidad que no dejaba de flamear en la cara de la propietaria del local. Chung Soo Kyung vive desde hace 11 en Rosario y encontró en el fútbol un pasaje a sus raíces. Dijo no saber mucho de fútbol y no simpatizar por algún equipo local. Sin embargo, sus dos empleadas rosarinas indicaron otras versiones. Una de las jóvenes dijo que Chung era hincha de Central. Pero la otra joven negó esa tendencia: "No, ella es leprosa". Mientras ambas muchachas se trenzaban en un clásico debate rosarino, la patrona -con cara de no comprender la disputa localista- salió en busca de otros clasificados para los cuartos de final. "¡Vamos, Corea!", alentaba desde un auto un pelado mientras los bocinazos de una moto festejaban la destapada alegría de los coreanos, que ya armaban una medida y respetuosa barra bullanguera en medio de calle San Luis. Chung recordó que el festejo sería mucho mayor si la crisis económica no hubiera afectado también a muchos coreanos que debieron irse del país. "Eramos más de 30 familias, ahora muchos se marcharon a México, Canadá o Estados Unidos", se lamentó. Los muchachos de calle San Luis los saludaban al verlos pasar. Pero cuando uno levantó los brazos al grito de "Sayonara", Chung se paró para aclarar que ese aliento no era para ellos. A pesar de las diferencias, Choi Young Suk, una propietaria de otra tienda, indicaba que no querían que perdiese Japón. Junto a Choi, un muchacho con cara de ya estar liquidando españoles contaba que en Rosario tienen su propio equipo de fútbol y que los viernes a la noche se juntan padres e hijos para darle a la redonda. Mientras devolvían las banderitas coreanas y argentinas a las vidrieras donde lucían orgullosas, confesaban esperanzas en derribar con sus muchachos a los empecinados españoles el sábado. Una sola duda esgrimía Chung, sucede que hace tiempo esperaban de Corea camisetas de la selección para hacer redonda la ceremonia en calle San Luis. La locura de andar con la lejana patria al pie, no es completa porque también saben que la fiesta para ellos sería mayor si la colectividad no se hubiera desgajado al sentirse -como tantos argentinos- atropellada por la crisis económica. Pero los coreagasinos no desperdician la oferta y andan revoloteando orgullos por calle San Luis, donde los sueños no están en liquidación.
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