Alejandro Cachari / Ovación
Crónica de una búsqueda infructuosa. Como si se hubiera mimetizado con Pablito Aimar, Marcelo Bielsa esquivó ayer casi todos los obstáculos para llegar al lugar esperado sin que nadie, o casi nadie, se percatara del regreso después de la áspera conferencia de prensa que ofreció en el aeropuerto de Ezeiza. El paisaje contrasta bruscamente con los últimos tiempos de la vida de Marcelo Bielsa. La mole de cemento fue reemplazada por una jungla verde en la que el entrenador se sumerge cada vez que puede. De tanto en tanto se escucha el sonido de algún camión, a lo lejos. La ruta está a un par de kilómetros de la casa de campo donde supuestamente se iba a instalar el director técnico de la selección argentina. Hecho que no se había producido ayer hasta las primeras horas de la tarde. A unos 80 kilómetros al sur de esta ciudad, donde se juntan el taco y la suela de la bota santafesina, está Máximo Paz. La ruta sigue hacia Alcorta y un camino de tierra, a la derecha, deposita, cada vez que lo necesita o puede, a Marcelo Bielsa en una especie de retiro espiritual que parece preparado armoniosamente para la ocasión. Hasta un vecino cercano reúne las características perfectas. El hombre no sabe si la pelota de fútbol pica porque pica o porque tiene un conejo adentro. Motivo suficiente para que Marcelo dedique gran parte de su tiempo a charlar sobre bueyes perdidos. Es cierto, el silencio abruma, pero parece el lugar ideal para despojarse de las presiones y buscar una relajación que probablemente el temperamento de Bielsa no permita que sea completa, pero sí un paliativo. Este será el refugio -se dice que durante un mes aproximadamente- de quien fue en busca de la gloria a Oriente y debió regresar con las manos vacías mucho tiempo antes de lo previsto. Aquí repasará todas y cada una de las imágenes de una frustración. Y buscará las respuestas que todavía no encontró. Intentará comprender qué pasó en la tierra del Sol Naciente.
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