Año CXXXV
 Nº 49.482
Rosario,
sábado  18 de
mayo de 2002
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Editorial
Corruptos y corruptores

Cuando se analiza el fenómeno de la corrupción, lamentablemente tan en boga, suele volcarse todo el peso del desarrollo conceptual sobre sólo uno de los extremos de una cadena que consta de más eslabones. Es que se alude, en la inmensa mayoría de los casos, al corrupto, es decir a quien acepta el soborno, y no se hace mención del corruptor, es decir, a quien lo entrega con el objeto de obtener algo a cambio. La organización Transparencia Internacional (TI) dio oportunidad, a través del último de los informes que divulgó públicamente, de desviar el ojo de la atención sobre esta zona poco iluminada. Vale la pena desmenuzar sus revelaciones e intentar comprender, al menos, una parte de su sentido.
En una encuesta realizada sobre un total de 835 empresarios provenientes de quince países con economías "emergentes", un 58 por ciento contestó que Estados Unidos es el país desarrollado cuyas empresas líderes tienen mayor propensión a pagar sobornos a funcionarios públicos de países extranjeros. Después, con un lejano 26 por ciento, se situó Francia, y luego siguieron el Reino Unido, Japón, China, Rusia y Alemania. El dato es ciertamente jugoso e indica la existencia de un notorio doble discurso.
Es que, tal como lo aseguró el titular de la sede argentina de Transparencia Internacional, al parecer muchas naciones "cumplen con las normas dentro de sus Estados, pero son corruptas y transgresoras fuera de ellos". Paradojal, sí, pero no sorprendente, al menos que se adolezca de ingenuidad en un terreno donde tal pecado resulta imperdonable. Y hasta lógico, si se ponen en la balanza las profundas transformaciones que han acaecido en las estructuras económicas del mundo desarrollado, donde el peso específico de las corporaciones supera en muchos casos al de los Estados nacionales más poderosos.
"Bussiness are bussiness" reza un dicho que revela con crudeza los entretelones de un universo despiadado, en el cual los intereses rigen con una omnipotencia tal que suele avasallar los principios morales. Las tentaciones son grandes y conviene, entonces, reforzar los controles al máximo. A esta tarea deberían dedicarse con el mayor rigor quienes tienen la responsabilidad de legislar en los países emergentes. Entre los cuales, cabe recordarlo, se sitúa la Argentina.


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