 |  | Editorial El país del día a día
 | En la Argentina actual, la crisis se refleja en números concretos. Sin embargo, uno de los aspectos más graves que caracterizan a la situación reviste rasgos subjetivos y consiste en la absoluta pérdida de confianza. Ese mal, como un tumor que se expande a través de un organismo enfermo, gana cada vez más espacios en el deteriorado tejido social del país. No resulta difícil enumerar los blancos del escepticismo colectivo: dirigencia política, sistema financiero, Justicia e incluso las mismas instituciones de la democracia que tanto sufrimiento costó recuperar. En lo que atañe a los cuestionados integrantes de la llamada clase política, la receta a aplicar para mejorar una imagen tan devaluada es tan radical como simple: cada uno de ellos debería transformarse en ejemplo para el resto de los ciudadanos. ¿Utopía? Renunciar a intolerables privilegios, propios de eras perdidas, sería el deseable primer paso. Y después, austeridad y trabajo: ningún misterio. Aunque, al menos por ahora, muchos no hayan dado señales de haber comprendido los estentóreos mensajes que envía la sociedad y continúen esperando, de manera pasiva, el curso de los acontecimientos. La Justicia tiene cotidianamente oportunidades de reconstituir los eslabones de una cadena que se ha quebrado. Los recientes y sonados sucesos que involucraron a Fernando de la Rúa y Domingo Cavallo demostraron que el peso de la ley puede recaer hasta sobre quienes hasta hace muy poco ostentaron las máximas responsabilidades públicas; sin dudas, en la medida en que la imparcialidad, el rigor y la objetividad no sean siquiera rozados, tales hechos contribuirán a regenerar los dañados vínculos entre el Poder Judicial y la gente. Sin embargo, el fiel de la balanza continúa inclinado hacia el costado más peligroso, y en este momento resulta ingenuo suponer que el problema pueda resolverse en el corto plazo. Los bancos, por su parte, se han convertido en la piedra de la discordia: muchos los eligen como culpables de todos los males. Semejante encarnizamiento tiene razones, por cierto, pero eso no significa que cada una de ellas esté bien fundamentada. El odioso "corralito", blasón de la indignación de la clase media, parte de un contexto que excede la responsabilidad de las entidades. Y ciertamente no existe economía pujante que no cuente con un aparato financiero sólido. ¿Cuánto tiempo demandará el retorno a una situación parecida a la normalidad? El reintegro de los ahorros confiscados se sitúa en el primer lugar de la lista si se pretende lograr el éxito en tan dura tarea. La Argentina se ha convertido, en los últimos tiempos, en un país donde importa más que nunca el día a día. En un marco en el cual no corresponde aguardar milagros, la reconstrucción del disperso rompecabezas depende del aporte de todos. Sólo así, después de un lapso inevitablemente sembrado de dificultades, será posible reunir de nuevo las piezas separadas y contemplar la imagen recuperada de la que alguna vez fue una Nación orgullosa de sí misma.
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