El debut de Julio Zamora en el Coloso fue con un triunfo. Sufrido, costoso, pero muy importante. Necesario para que el crédito que tiene abierto por su alma rojinegra en el corazón del hincha tenga bases como para crecer e ilusionar. Su equipo todavía no juega bien, quizá no hace el fútbol que más pueda gustarle a un ex futbolista de sus características, pero es el que hoy está capacitado para brindar. Su estreno estuvo envuelto por la tranquilidad. El "Zamora... Zamora... Zamora..." que partió de la popular, el mismo que recibía cuando lucía los cortos y un número (generalmente el 7) en su espalda rojinegra, y los aplausos que le brindó la platea de la visera quizá no fueron lo estruendosos que se podía esperar, pero dejaron en claro que el pueblo ñulista lo quiere. De impecable traje negro -similar al que vistió ante Vélez- y remera blanca, que dejó al descubierto ni bien comenzó el partido, el Negro vivió el encuentro tranquilo. Dando las indicaciones justas, sin salirse del corralito y acompañado por el otro Negro, Sergio Almirón. Pidió tranquilidad cuando sus jugadores no encontraban la fórmula para evitar que Independiente le ganara la posición de la pelota y de los espacios. Corrigió a Vella, le dio indicaciones a Martínez para que no abusara del pelotazo, hizo precalentar al Loco Sacripanti antes del entretiempo sin hacerlo entrar. No pudo entender cómo el Rojo había hecho los goles y supo festejar los propios, como lo hizo cuando Luciano Vella le ofrendó el suyo. Cambió a tiempo para buscar el partido y no mandó al equipo atrás cuando había pasado a ganar. Y el final triunfal tampoco lo apartó de su imagen demasiado formal. Y el festejo lógico de la victoria fue compartido con Almirón (fue quien lo abrazó), Petete Rodríguez y Luis Aspiazu. El primer paso como técnico en su casa ya lo había dado con el pie derecho. Igual que en el debut ante Vélez. Seguramente como deseará que se repita el domingo, cuando su equipo reciba a Racing.
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