Eduardo Remolins (h)
¿Qué va a pasar? La frase repiquetea en la cabeza de todos los argentinos desde hace al menos dos meses, desde que vivimos a la expectativa de lo que sucederá la semana siguiente. Dos cosas pueden pasar. Y son extremas. La primera posibilidad es que este gobierno (que suma a toda la clase política) se comporte de modo prudente y civilizado. ¿Qué es comportarse de este modo? Proponer un presupuesto sin déficit (lo único que cabe en esta situación) y recrear un Banco Central independiente que, si bien puede emitir, no lo haga para financiar el déficit de los Estados nacional y provinciales. El Banco Central debe ser, como lo es en los países civilizados, un ente que vela por la salud de la moneda, es decir por el control de la inflación. Con el compromiso de ejecutar un presupuesto serio y de no emitir dinero para cubrir el déficit público, Argentina puede acceder a un préstamo internacional que permita recomponer sus reservas. Con esas reservas incrementadas puede decidir un régimen cambiario donde el dólar (con cotización única), fluctúe en una banda de flotación, con un piso y un techo. Ese techo debería ser el resultante de la relación reservas - base monetaria, es decir el precio del dólar que el Banco Central puede mantener vendiendo reservas. En este caso se podría hablar de reformas en el sistema financiero que permitan sanearlo. Con inflación medianamente controlada (un de 10%), con moneda y un sistema financiero que funcione aunque sea a media máquina, se puede hablar de crecimiento, hacia fines de año, impulsado por el sector externo. Existe, sin embargo, otra posibilidad. En este segundo escenario, el gobierno autoriza al Banco Central a emitir pero no dice cuanto ni en base a qué regla, o sea que va a emitir lo que quiera el presidente Duhalde. Además el presupuesto se aprueba con déficit, que se cubre con emisión. No hay, finalmente, una regla clara que diga cómo se va a administrar el tipo de cambio, sólo hay ventas erráticas de divisas por parte del Banco Central. En esto es casi imposible que el gobierno obtenga apoyo externo ni mucho menos dinero, ni del FMI, ni de ningún gobierno. Las reservas del Banco Central tenderían a agotarse y el dólar a iniciar una corrida. Dicha corrida finalizaría con una hiperinflación y un descenso abrupto de los ingresos (sí, mas aún). La violencia aumentaría y comenzaría a focalizarse en representantes de la clase política, como el caso de Junín preanuncia. El gobierno pierde toda legitimidad y cae. Entramos así en un "agujero negro", del que puede salir lo mejor o lo peor. Pueden volver los "dolarizadores", proponiendo una salida "a la Puerto Rico", es decir eliminación de la moneda, del Banco Central, y del sistema financiero argentino. O puede crearse una coalición como la que impulsa el ex ministro López Murphy, sin demasiados tintes ideológicos y que recoja personas de distinta extracción. Una coalición, dijo, como la que sustenta a los presidentes Lagos o Cardoso. La receta que propone no es tan exótica. Quizás dependa de nosotros en este momento decidir si queremos ser un país con un sistema económico y, más importante, con las instituciones que le dan forma y permiten su funcionamiento. Puede que este panorama suene extremo, pero lamentablemente es la realidad. La situación actual y el caos no son cosas agradables ni deseables. No creo en la violencia. Sin dudas, Argentina va a superar la crisis en el mediano plazo. En tanto, en el corto plazo, creo en la cacerola.
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