Gustavo Conti
No faltarán los que ahora digan que el camino que deben seguir todos los clubes del fútbol argentino es el de Racing. Como una remake de la expansiva ola privatizadora que arrasó con todas las empresas del estado en la dorada década de Menem, la de la nunca vista revolución productiva, el club de Avellaneda pareció salir mágicamente de la crisis que lo sepultaba gracias al gerenciamiento de Blanquiceleste Sociedad Anónima, en un sendero signado por algunos desde el poder de la AFA como la panacea. Se ha institucionalizado la idea desde hace muchos años de que las soluciones a los males de los clubes, tanto como al de las otroras empresas estatales, era que fueran privatizados, que pasaran a manos anónimas capaces de manejarlos como una empresa, desgarrando totalmente por perimido la esencia por la cual nacieron: ser una entidad sin fines de lucro que cumpla un efectivo y necesario rol social. Nada de eso es prioridad en un club privatizado, donde el interés supremo es la ganancia, donde un campeonato vale millones y un fracaso deportivo precipita el final. Hoy Racing puede ser mostrado como ejemplo a seguir, pero no hay que olvidar que debajo del vestido de fiesta que engalana, existe una cola interminable de acreedores que ha quedado postergado hasta nunca, porque se le dio la gracia de evitar una quiebra inevitable. Quiebra cuyas causas no pueden endilgársele a estructuras caducas de los clubes, o a que no sean rentables, sino a aquellos que desde su función de dirigentes no entendieron (o no entienden todavía) que sus cargos no implican beneficios personales. Lo mismo ocurrió en las empresas estatales, aquellas que decían que daban pérdidas insoportables. ¿Acaso quienes las compraron por migajas lo hubieran hecho si no resultaran un buen negocio? En medio del caos que fue el 2001 el fútbol argentino (o el país todo), con paro de jugadores, con achicamiento generalizado, Racing sumó diez refuerzos y su plantel cobró al día. Y ahora se coronó campeón. Varios pueden olvidar entonces al grupo Exxel en Quilmes, que después de dos temporadas sin conseguir el ascenso rompió el vínculo que lo unía a los cerveceros por diez años. O los fracasos en otras instituciones, en los que pulularon empresarios ávidos de hacer su negocio. O a que los clubes se los quiere bien, sin intentar sacar réditos. En el éxtasis del triunfalismo fácil, muchos sostendrán, como el canto de la popu, "brillará Blanquiceleste". Y no por el color de la camiseta.
| |