| | Editorial Reacción que sirve de aviso
| La profundización de la grave crisis económica que azota a la Argentina ha puesto de manifiesto, más que nunca, que cualquier situación de excepcionalidad o privilegio no será tolerada por la sociedad, cuya paciencia está llegando a su límite. La difusión pública que se produjo, como consecuencia de un fallo judicial, de la supuesta posibilidad que habrían tenido los legisladores de cobrar su salario completo y en efectivo agregó otro eslabón a la cadena de cuestionamientos que se le hace al comportamiento de quienes, por la trascendental responsabilidad de la función que cumplen, deberían brindar el ejemplo. La información, a posteriori, fue desmentida desde múltiples ángulos, pero la indignación que exhibió la gente dio pruebas de que la confianza en sus representantes ha llegado a su punto más bajo. Corresponde aclarar, en tal sentido, que carece de sentido el ejercer la animosidad desde posiciones extemporáneas, en demagógica búsqueda de chivos expiatorios, tanto como el ignorar situaciones que resultan evidentes. En este caso, existe un hecho que no debe ser soslayado so pena de pecar de ceguera, lo cual en una coyuntura como la presente puede aproximarse peligrosamente al suicidio político. Las últimas elecciones dieron testimonio de la severa pérdida de credibilidad que afecta a las dirigencias partidarias: numerosos votos en blanco e impugnaciones masivas resultan contundentes como diagnóstico emitido por el pueblo en la absoluta libertad del cuarto oscuro. Pero la dura advertencia no parece haber sido percibida con la claridad necesaria por muchos de sus destinatarios, que siguen habitando en una suerte de peculiar burbuja mientras la recesión que oprime al país cierra cada día un poco más su mortal abrazo. La información que tomó estado público hace días constituyó una inoportuna puesta en escena de un dato erróneo. Pero la "gaffe" develó que lo que se reclama de los legisladores es que se pongan a la altura de sus responsabilidades y se coloquen en un mismo plano con los ciudadanos a los que representan; sobre todo, en un momento de emergencia como el que se vive. Hoy se necesita capacidad de trabajo y de gestión, se buscan gestos de grandeza, se reclaman liderazgos construidos desde una actitud ética. Sólo a partir de una base semejante podrá pensarse que existen dirigentes capaces de conducir al país, hoy angustiado, hacia un destino más acorde con sus verdaderas posibilidades.
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