Año CXXXV
 Nº 49.325
Rosario,
domingo  09 de
diciembre de 2001
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Opinión
La hora de la responsabilidad

Alberto Natale (*)

La causa primordial del problema económico que hoy vivimos es de naturaleza fiscal: la insuficiencia de los recursos de la Nación y de muchas provincias para atender sus demandas de gastos. Esto comenzó a insinuarse en 1995 simultáneamente con el efecto tequila derivado de la crisis mexicana. Pero el problema lo originamos los argentinos, no los mexicanos.
La insuficiencia de los recursos para afrontar los gastos llevó al gobierno a tomar préstamos, en el país y en el exterior. El incremento del capital adeudado no fue tan grande, como lo fue la tasa de interés que debimos pagar ya que a medida que se sospechaba sobre la solvencia argentina para devolver lo prestado, los intereses que se debieron pagar fueron más altos.
En 1991, después del Plan Brady, la tasa promedio de la deuda argentina era de alrededor del 3% anual. Diez años después, la tasa promedio de nuestra deuda es del 11%. Prácticamente se cuadriplicó la tasa de interés promedio en una década.
Esto que está ocurriendo lo comencé a prevenir desde 1995, en debates en la Cámara de Diputados y en artículos periodísticos. Se lo expuse personalmente al presidente de la Nación el 12 de junio de 2000 en una entrevista que mantuve. Allí le dije al doctor De la Rúa que el día que no nos prestasen más, porque dudarían de nuestras posibilidades de devolución, no podríamos pagar sueldos, jubilaciones, servicios, contratos estatales. Dolorosamente los hechos se dieron como anticipé porque no se actuó a tiempo.
La crisis política desatada por la renuncia del vicepresidente de la Nación agravó las cosas. Al problema económico que estábamos viviendo se le añadió la incertidumbre de no saber cual sería el futuro de la Alianza que estaba en el poder.
Crisis económica más crisis política conforman una mezcla que está resultando explosiva.
Al principio del gobierno de la Alianza se desalentó la favorable expectativa creada por el nuevo gobierno, al aumentarse los impuestos; pese a ello no se logró mejorar la recaudación. El blindaje de fines de 2000, que fue la primera vez que el FMI decidió actuar preventivamente ante una crisis, fue desperdiciado por falta de credibilidad de los inversores, quienes no recibieron señales positivas del gobierno. Cuando en marzo de 2001 asumió Cavallo, muchos creyeron que había llegado el hada salvadora. Pero el ministro equivocó el diagnóstico al plantear la cuestión como un problema de competitividad y lo agravó al mezclar el dólar con el euro en la ley de convertibilidad, porque generó mayor desconfianza sobre la estabilidad del peso. Se lo manifestamos y por eso votamos en contra de esa ley. En junio, cuando los banqueros alemanes le dijeron que no nos prestaban más, advirtió la realidad y fuimos a la ley de déficit cero. El Cavallo heterodoxo de marzo se transformó en ortodoxo en junio, por imperio de los hechos económicos.
Pero como la actividad siguió decayendo, la recaudación disminuyó y continuamos teniendo menos de lo que necesitamos pagar, con el agravante de que ahora nadie nos presta nada. Ante ese panorama, la disminución de los depósitos bancarios se acentuó. La corrida estaba a la vista, se evitó en septiembre cuando el FMI nos prestó otros 8.000 millones, pero se precipitó al final de noviembre. Ahora estamos donde estamos, y no visualizamos la posibilidad de mejorar. Pero el camino existe y está al alcance del país.
Hay muchísimos argentinos que apenas llegan al día 15 del mes con lo que ganan, otros a gatas alcanzan hasta el 30; tenemos más de dos millones de desocupados. Pero también hay mucha gente con capacidad de consumir, de invertir, de comprometerse contrayendo créditos. Pero como no hay confianza de ninguna naturaleza, quienes no pueden no pueden, y quienes pueden "desensillan hasta que aclare". Y llevamos más de tres años sin aclarar.
La estructura productiva se ha modernizado, el campo aumentó su producción, duplicamos las exportaciones, los servicios públicos mejoraron, el sistema financiero era sólido, al menos hasta la corrida final. Sin embargo, llevamos más de tres años de receso y casi estamos en "default", con todo lo que esto significa para el futuro de las inversiones, imprescindibles para crear puestos de trabajo que disminuyan la desocupación y adquirir bienes producidos en el extranjero que necesitamos para la industria y la vida cotidiana.
Hay salida. La Argentina puede recuperarse rápidamente a condición de que tengamos ideas claras y grandeza en las actitudes políticas. El gobierno y el principal partido de oposición que hoy controla el Congreso de la Nación deben hallar coincidencias básicas con urgencia, con las miras puestas en los intereses generales y no en los particulares de algún grupo o persona. Otros sectores políticos estamos dispuestos a efectuar el aporte de responsabilidad que la hora nos reclama a todos.
Si otros países fueron capaces de hacerlo en instantes de crisis (pienso en la España del Pacto de la Moncloa), por qué no podremos conseguirlo los argentinos.
Hay que fortalecer la negociación de la deuda pública para aliviar las cuentas fiscales. Hace dos años que lo vengo proponiendo. Se debe acordar una reforma impositiva profunda, sobre la base de dos impuestos: IVA y ganancias, para erradicar la alta evasión y elusión que impide el equilibrio fiscal, y genera la injusticia de que quienes pagan, pagan mucho, y quienes evaden no pagan nada. Se debe comprimir el gasto político todo lo posible. De esa manera alcanzaremos el saldo de las cuentas, con mayor razón ahora que nadie nos presta un peso.
Hay que dar señales muy claras, desde el Congreso (responsabilidad principal del justicialismo) y desde el gobierno (cuota que les cabe a la Alianza y al radicalismo), de cuáles serán los comportamientos económicos por lo menos hasta el 10 de diciembre de 2003, y si fuera posible para más adelante mejor aún.
Restablecer la confianza política y la credibilidad económica. Abandonar los eternos rumores de la devaluación, porque la mayor parte de las obligaciones y el dinero atesorado, de hecho se han dolarizado. Porque los argentinos hemos demostrado ser capaces de cometer muchos estragos económicos, pero no tantos como afectar el valor de la moneda de los norteamericanos. A partir de la confianza y la credibilidad, sobre la base de cuentas claras, la reacción económica puede ser muy rápida, estimulando el consumo de quienes tienen capacidad de hacerlo, dando motivos para que vuelva la inversión y el ciclo recesivo se revierta, comenzando uno nuevo de crecimiento. La solución está al alcance de la mano.
Necesitamos grandeza e ideas claras. El Congreso nacional, el Poder Ejecutivo, los responsables políticos de ambas instituciones, con el aporte de todos quienes quieran sumarse a la búsqueda del mejor camino para la Argentina tienen -hoy sí- la responsabilidad histórica de trabajar para ello.
(*) Presidente del bloque
de diputados nacionales
del Partido Demócrata Progresista.


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