Alejandro Cachari
Ante el primer atisbo de rezongo se debe apelar a la memoria. El grupo que integró Argentina en el Mundial 98 no sólo provocó risas y alivio, también ruborizó a la mayoría. Aquella vez, el equipo de Daniel Passarella enfrentó a Japón, Jamaica y Croacia. Obviamente ganó la zona caminando. No sería justo dudar de la honestidad del sorteo sólo porque al equipo de Bielsa le tocó la zona más difícil y a Brasil la más accesible. ¿Acaso Argentina no es gran candidato más allá de las piedras que se le pongan en el camino? ¿Puede hoy Suecia considerarse un rival de mucho riesgo? ¿Se parece esta Nigeria a las anteriores? No importan las respuestas. Porque en todo caso adquirirían la relatividad de los resultados previos. Mucho más intangible aún que proyectar el actual momento de las 32 selecciones a fines de mayo del año próximo. Quizás lo más preocupante sean las secuelas que puede dejar el clásico frente a Inglaterra. Un partido pedido por varios de los integrantes del conjunto europeo, un choque hecho a medida de varios de los titulares argentinos. La referencia está vinculada con las tarjetas amarillas, las suspensiones, las fricciones. Allí deberá privar el tan mentado profesionalismo. El mismo que obliga injustamente a los jugadores de carne y hueso a transformarse en robots, en máquinas perfectas e imperturbables, durante noventa minutos. Por lo demás hay todo un dato: Argentina es bastante más que Inglaterra. Por lo demás, todo debe ponerse en pausa. A la espera de la hora de la verdad. Hoy Verón, Batistuta, Beckham y Owen forman parte de la élite mundial. Vaya a saber en qué andan el 7 de junio de 2002 cuando se enfrenten en Sapporo. El sorteo pareció empeñado en obligar a la Argentina a demostrar que es el gran candidato que sugieren no sólo sus resultados, sino sus actuaciones preliminares. Pues habrá que aceptar el desafío entonces. Nada de lamentos, ni un atisbo de sospecha, sólo lo que corresponde. La receta es bastante sencilla. Argentina sólo necesita mantener el nivel que obligó al mundo a transformarla en candidato. Sólo será necesario jugar como hasta ahora, con profesionalismo y jerarquía. Algo que al equipo que comanda Marcelo Bielsa le nace con absoluta naturalidad.
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