Año CXXXIV
 Nº 49.304
Rosario,
domingo  18 de
noviembre de 2001
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La intérprete cuenta cómo es el festival que lleva su nombre y que llega a El Círculo
Martha Argerich: "El público se estaba aburriendo"
La pianista dijo que los conciertos con variedad evitan la monotonía que espanta al espectador

Fernando Toloza

Martha Argerich y un seleccionado de pianistas argentinos y latinoamericanos presentarán mañana, a las 19.30, el Festival Martha Argerich en el teatro El Círculo. El espectáculo es uno de los grandes shows del año en la Argentina y arriba a Rosario por cuenta y riesgo de la Asociación El Círculo. En una charla con Escenario, Argerich aseguró que "este tipo de festivales busca una forma menos monótona de llegar al público, que en general está dejando las salas". Con fama de temperamental, cuando toca Argerich mantiene a todo el mundo suspendido en un clima extraño y fascinante, como se pudo ver en un ensayo del "Concierto Nº1" de Tchaicovski en un subsuelo del Colón al que asistió Escenario antes de la charla.
Todo lo que se dice sobre Argerich, sobre su talento, sus cambios poco previsibles, su fastidio por programar a largo plazo y a la par su irresistible encanto parece confirmarse y revelar a una artista con una vida atravesada por la música. Enemiga de las reverencias, la pianista dice que no entiende la admiración que genera y con una sonrisa da a entender que es algo poco importante, "una cuestión meteorológica", asegura.
-¿Cómo nació la idea del Festival Martha Argerich?
-Mi hermano Juan Manuel, el pianista Eduardo Hubert y yo hicimos cosas muy parecidas en distintas partes del mundo. Entonces pensé por qué no hacerlo en la Argentina, donde siento que hice muy pocas cosas. Lo hago en Japón, en Italia, Alemania, por qué no realizarlo aquí. En Bélgica, donde vivo, lo organizó mi hija Stephanie pero fue un solo día, bajo la idea de encontrarme con artistas jóvenes, e hicimos de todo, Piazzolla, un trío de Mendelshonn, por ejemplo. En la Argentina no sabía que se iba a llamar Festival Argerich. Eso me incomoda un poco, porque no me gusta el culto a la personalidad, pero parece que hay que hacerlo así, darle un nombre famoso, porque si no las cosas no funcionan.
-¿El festival es una forma de no estar sola en el escenario?
-Es verdad que hace tiempo que no me presento completamente sola, pero el festival también tiene que ver con la búsqueda de nuevas maneras de llegar al público, maneras un poco más variadas, menos monótonas. No sé, los festivales eran algo que se hacía bastante a principios del siglo pasado: se hacía una obertura, después venía una cantante, y de todo un poco. Después la cuestión se puso muy seria y un poquito aburrida. Parece que el público se estaba aburriendo un poco y la prueba es que en muchas partes los recitales están bastante vacíos.
-Se dice que en un concierto en Nueva York tuvo que salir diez veces a saludar al público, ¿por qué le parece que se da ese entusiasmo con su persona, un entusiasmo que en general no reciben otros pianistas?
-En Nueva York les pasa algo muy raro conmigo, será desde hace unos ochos años. Antes no, y no es que yo tocara muy distinto, pero les agarró algo conmigo. Lo siento como un misterio porque no es algo que me pase en todas partes.
-¿Cómo se sintió cuando la compararon con una estrella de rock?
-Eso fue lo que pusieron en los diarios. Pero la comparación me es indiferente. Esas cosas las veo como un fenómeno extraño pero personalmente no me identifica. No sé porque se da esa admiración, para mí es como algo bastante meteorológico (risas), con lo que no me siento en foco. Por supuesto, es mejor eso a que uno lo silben o lo traten mal.
-¿Alguna vez la silbaron?
-Sí, quizá no exactamente que me silbaran, porque a veces que a uno lo silben es una aprobación. Me pasó que me gritaron algunas cosas feas. Una vez me gritaron "¡Vergüenza, Martha!". Fue porque toqué algo de música contemporánea que se ve que no lo gustó a alguien del público (risas). Otra vez, en México, me gritaron que cerrara el piano. Se ve que estaba sonando demasiado fuerte y hubo un par de gritos diciéndome "¡Cierra el piano Martha!". Pero eso es algo que pasa, como las malas críticas.
-Usted dijo que una de las cosas que le fascinaron de Friedrich Gulda era que había llegado a producir sonidos hasta desagradables para el público. ¿Los rechazos que usted vivió se relacionan con esa capacidad de molestar?
-¿Sonidos desagradables? No sé, no recuerdo haberlo dicho. En la música no todo es agradable, hay algunas cosas que tienen que ser desagradables. Yo admiro muchísimo a Gulda, que se murió hace poquito, el día del cumpleaños de Mozart. Gulda se atrevía a muchas cosas y hacía muchas mezclas. Era un cross over, tocaba muchos instrumentos y hacía sus propias piezas. Se divertía mucho, tenía espontaneidad y frescura. Nunca en mi vida conocí a nadie con un talento como el de él, y conocí a mucha gente con talento como Rostropovich, Barenboim, pero como "el" Gulda nunca vi algo así.
-¿Qué recuerda de su maestro en la Argentina, Vincenzo Scaramuza?
-¡Scaramuza! Con él estuve desde los cinco años hasta los once.
-¿No es extraño que sus alumnos hayan sido más famosos que él?
-El fue muy famoso, pero siempre como maestro. Fue maestro de Micaeli, De Raco. Después en la misma época estuvimos Bruno Gelber y yo, éramos los dos únicos chicos que estudiábamos con Scaramuza. Tenemos la misma edad, él es de marzo y yo soy de junio. Scaramuza siempre me decía: "Gelber está cien kilómetros por delante tuyo", y a Bruno le decía lo mismo: "Marthita está a cien kilómetros por delante" (risas).
-¿Cómo fue volver a tocar en Nueva York después de los atentados de septiembre?
-Fue muy extraño. Tenía que tocar con la Orquesta de Montreal, dirigida por Charles Duttoit. Después de muchas dudas sobre ir o no, fui. A la par también se suspendió el concurso en La Plata porque había mucha gente que no podía viajar a la Argentina, entre ellas Eduardo Delgado, que era parte del jurado. Entonces, yo no sabía que hacer. Al tocar en Nueva York, donde vive una de mis tres hijas, vi que la gente estaba más triste y concentrada, pero, extrañamente, seguía yendo a los conciertos. La atmósfera era muy rara y usted no se puede imaginar cómo agradecía la gente. Aparte de los conciertos que dí, estuve en otros dos y comprobé que realmente era difícil estar tranquilo. Uno escuchaba un ruidito por ahí y miraba con desconfianza, con temor.
-¿Volvería a vivir a la Argentina?
-A mí me gusta mucho la Argentina. Es muy probable, pero, claro, tengo a mi hija menor que vive en Bruselas, a la vuelta de mi casa. Después tengo otra que vive en Ginebra, y la que vive en Nueva York, pero creo que se volverá a Europa.
-Sin embargo usted se fue muy chica del país.
-Sí, es verdad; tenía 13 años y no conocí gran cosa, pero la Argentina me interesa muchísimo y tengo un poco de nostalgia. Debe ser el momento de mi vida. Tengo muchas ganas de volver y hacer cosas aquí.
-¿Sus padres no eran músicos?
-No, pero mi madre me llevaba a todas las clases y empezó a estudiar canto cuando yo comencé. Mi papá tocaba en el piano muchas cosas de oído. Tenía talento pero nunca estudió. A él le hubiese gustado tocar el violín pero no lo dejaron. Mi madre quería tocar el piano, pero yo no la dejé (risas). Ella era muy joven cuando yo nací, tenía 21 años. Yo empecé a tocar a los dos años y pico y no la dejaba acercarse. Me acuerdo que ella se sentaba en el piano y yo la sacaba. Todavía sigo siendo así: para mí la única manera de estudiar es que en casa haya alguien estudiando. De lo contrario, no me dan ganas. Si hay alguien estudiando me pongo un poco nerviosa y voy a ver que pasa (risas).
-¿Cómo fue la relación entre maternidad y una carrera internacional?
-Tuvo momentos muy divertidos. En el caso de Stephanie, mi hija más chica, me pasó de todo. A ella le molestaba mucho no saber cuándo yo tenía que viajar y me escondía el pasaporte (risas). Con la primera, en cambio, fue muy difícil, pensé que iba dejar de tocar. Después, con las más chicas, me acomodé y viajábamos juntas, hasta el momento en que tuvieron que ir al colegio. Creo que ellas la pasaron bastante bien (risas).
-Usted tiene fama de impredecible, ¿qué la lleva a cancelar un concierto?
-Cuestiones de pánico. Me resulta muy difícil mantener proyectos. Para mí los planes a largo plazo son irreales. De repente me veía abrumada por las circunstancias y cancelaba, pero hace bastante tiempo que no lo hago. Me parece que me puse un poco más razonable y también es cierto que ahora tengo muchos menos problemas personales. Siempre me hicieron esa fama, quizá porque mis cancelaciones eran a último momento. Sin embargo, cuando miro alrededor veo que mis colegas hacen lo mismo, pero de ellos no dicen nada. En mi caso debe ser por lo repentino, como ir al lugar y no tocar, estar en el auto adelante de la sala y no querer bajar, y esas cosas. Dos meses después daba el concierto, gratis por supuesto.
-¿Cuál era el miedo?
-Era pánico a no estar preparada. Dejaba todas las cosas para último momento y después no me sentía segura. Eso me pasaba y me pasa muchísimo. Hoy tengo muchas dificultades para organizarme, y cuando era joven muchísimos más. Los miedos eran mucho peor que la realidad: una vez que estaba dando el concierto veía que era mucho más sencillo de lo que yo me temía.



Argerich será la figura central del recital de mañana.
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