Año CXXXIV
 Nº 49.299
Rosario,
martes  13 de
noviembre de 2001
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Testimonios
El día que la locura baleó a una hinchada

El huevo o la gallina. Mientras la discusión se eterniza la gente asiste atónita a la barbarie y se ubica cada vez más lejos de la zona de fuego. Que es lo mismo que decir que se aleja de las canchas.
Ayer, todos los medios de prensa de la ciudad sirvieron como un enorme libro de quejas en el que se escribieron innumerables historias contadas con horror por los inocentes simpatizantes que sólo cometieron la osadía de pretender asistir al clásico entre Newell's y Central.
"Mi hijo y mi yerno fueron a ver a Central como siempre. Volvieron con toda la ropa rota, asustados, indignados. Me juraron que jamás volverán a pisar la cancha de Newell's cuando se juegue un clásico". La mujer sólo pudo reponerse una hora y media después del final del partido, cuando sus dos seres queridos regresaron del oprobio y la violencia.
"Es increíble que haya un solo baño para 10.000 personas, quién cerró las puertas, no ocurrió una tragedia de casualidad". Para Carlos Marcolini las imágenes y las palabras se sucedían caóticas, como todo lo que sucedió al final del choque entre rojinegros y canallas cuando un asesino bajó de un balazo en el abdomen a César Adrián Juárez.
"Es muy difícil creer que se pueda ingresar con armas a la popular, especialmente si a todos los revisan como nos revisaron a nosotros; además, cuando terminó el primer tiempo, algunos reconocidos barras de Central charlaban amistosamente con los policías, alambrado de por medio".
El público ya no sólo observa las actitudes de los desestabilizadores de la tribuna. Ahora saca conclusiones muy claras. Tan cristalinas como la insólita camaradería que se comprueba a cada paso entre los defensores del orden y los delincuentes.
"La verdad es que no pude ver nada de lo que pasó porque sólo atiné a tirarme al piso y a cubrirme la cabeza con los brazos. Las balas pasaban a milímetros de donde estábamos. No se puede poner a cargo de un operativo a personas que no razonan cuando algo sale mal y agreden a mansalva. Por culpa de un asesino casi pagamos los otros diez mil. Pero también es culpa nuestra, no tendríamos que volver jamás a ver un clásico. De esa manera se terminaría la locura", reconoció claramente perturbado Nervan Gómez, uno de los 10.000 sobrevivientes.


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