Año CXXXIV
 Nº 49.287
Rosario,
jueves  01 de
noviembre de 2001
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Del hospicio al éxito en las grandes capitales

El 20 de marzo de 1890, un recién nacido era abandonado en la Casa de los Expósitos, un hogar donde podría recibir protección. Allí le llamaron Benito Juan, porque el día siguiente, en que fue bautizado, era San Benito Abad. Llevaría el apellido Martín.
Benito Juan Martín estuvo hasta 1897 en el hogar hasta que fue adoptado por el matrimonio que integraban Manuel Chinchela y Justina Molina, que vivían en el barrio de La Boca. Allí, Manuel trabajaba como carbonero, actividad para la que convocó a su hijo cuando éste cumnplió los 15 años.
Pero fue a los 17 cuando la vida de Benito comenzaría a cambiar. Por esa época, empezó a tomar clases de pintura con el italiano Alfredo Lazzari, quien sería su único maestro. Tres años después, expondría por primera vez en la Sociedad Ligure de Mutuo Socorro.
Corría 1912 cuando contrajo una tuberculosis. Debió pasar seis meses en Córdoba, de donde volvió milagrosamente sanado.
En 1916, la revista "Fray Mocho" publicó una serie de artículos muy elogiosos que le dieron impulso, y Pío Colliradino, entonces director de la Academia Nacional de Bellas Artes, hizo lo propio personalmente. Fue así que Martín obtuvo una beca de esa academia y, en 1918, inauguró su primera exposición en Galería Witcomb. Al año siguiente expuso en el Jockey Club, auspiciado por las damas de beneficencia. Fue su consagración en el país.
En 1920 se presentó por primera vez con la firma Quinquela Martín. Es que a los 29 años tramitó la adopción legal y convirtió el italiano "Chinchela" en Quinquela, de la misma pronunciación pero en castellano. El apellido Martín lo conservó, acaso como un reconocimiento a quienes lo albergaron los primeros siete años de su vida.
La década del 20 fue la de su consagración en Europa, donde primero expuso en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Sus obras comenzarían a poblar los museos de los distintos países europeos.
Deseoso de volver a presentar sus obras en su país, expuso en 1924 en la Sociedad Amigos del Arte de Buenos Aires.
Pero Europa lo esperaba y al año siguiente logró lo que le venía aconsejando el entonces presidente de la Nación y amigo personal Marcelo T. de Alvear: mostrar sus obras en la gran vidriera parisina. En la Galería Charpentier le compraron todos los cuadros, menos su querida "Crepúsculo en el astillero", que había pintado en 1924 y que se negó a dejar.
Luego lo conocerían Nueva York, Roma y Londres.
Ya consagrado en el país y el exterior, habiendo expuesto en las principales capitales y vendido innumerables obras, Quinquela Martín tuvo en la década del 30 su más ferviente actividad filantrópica. Por esos años inauguró la Escuela Pedro de Mendoza y el Museo de Bellas Artes; donó un jardín de infantes, un lactario, un instituto odontológico infantil, una escuela de artes gráficas y el Teatro de la Ribera.
Mucho más tarde, en 1968, donó al Museo de Bellas Artes de Artistas Argentinos Benito Quinquela Martín la colección privada de sus obras.
A pesar de que reflejó los paisajes cordobés y marplatense, y de su conocida etapa en la que trabajó el fuego (las pinturas de las acerías), su obra más preciada y al mismo tiempo la más reconocida fue aquella que retrata La Boca, y sobre todo la actividad portuaria y naviera.
Quinquela Martín murió el 2 de enero de 1977. Lo colocaron en un ataúd que él mismo había pintado de colores vivos, porque decía que alguien que había vivido entre colores no podía irse de este mundo en un cajón negro.


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