Año CXXXIV
 Nº 49.237
Rosario,
miércoles  12 de
septiembre de 2001
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El testimonio de un rosarino que vio caer las torres

Ayer a la mañana Dolores debía hacer un trámite migratorio en la zona del World Trade Center pero la pereza no la dejaba salir de la cama. Juan, su marido, preparaba el desayuno en su departamento del distrito de Chelsea, a unas 30 cuadras al norte de las Torres Gemelas, y la instaba a levantarse. Mientras buscaba en Internet la dirección exacta de la oficina, en una ventana en el monitor leyó que un avión había impactado contra una de las Twin Towers. Supuso que era un chiste hasta que la radio le confirmó que era cierto. Entonces ambos se vistieron y salieron a la calle.
"Lo que vi fue un paisaje de guerra", resumió Juan Maidagan, quien al igual que Dolores Zinny, su mujer, es artista plástico. Ambos son rosarinos -él de Fisherton, ella del centro- y residen en Nueva York hace siete años. A tres horas del primer atentado el tono de voz de Juan, entrecortado por el aturdimiento, estaba marcado por lo ocurrido.
"Me puse a caminar hacia la zona de las torres por la calle 15 hacia la 7ª avenida. Eso queda a unas 30 cuadras del distrito financiero. Había un montón de gente mirando y yo miraba también. De repente vi como una de las torres se hacía añicos como si fuera de plástico o cartón. Se derrumbó sin ruido. Yo siento que eso no se puede explicar. Se deshizo, se desintegró ante mis ojos", murmuró.
En la impresión de Juan, lo que hasta entonces era perplejidad a partir de ese momento fue pánico y desesperación. "La gente corría llorando a gritos, atragantada por el polvo que se respiraba. Todos estaban alterados. Me acuerdo que una señora se plantó delante de mí y me abrazó como si entrara en un shock de guerra. La sensación que yo tenía era de querer irme, desaparecer de ahí", describió.
Juan y Dolores pasan a menudo por el sur de Manhattan, donde está el distrito financiero. Cuando repasaba su reciente experiencia él transmitía incredulidad. "A las 9 de la mañana chocaron los aviones, a las 11 las torres no estaban más. Verlas caer fue literalmente como si explotaran dos cohetes".
A las dos de la soleada tarde neoyorquina Juan se subió al techo de su casa. Lo que percibió era el paisaje de una ciudad transformada, sin movimiento ni sonidos. "Hay un silencio opresivo, de tanto en tanto se escucha el paso de aviones de guerra. No hay autos ni gente por la calle. Todo el mundo dejó su trabajo". En ese contexto sólo cuando se lo recuerdan piensa que, tal vez, sólo por azar su esposa evitó una mayor proximidad con ese horror. "No sé... Nos vamos de viaje a Alemania y Dolores tenía que hacer ese trámite, era al lado de las torres. Pero le costaba levantarse de la cama..."


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