Si la desocupación es el peor drama, tener un empleo no es sinónimo de bienestar en el Gran Rosario. En los albores del tercer milenio la pobreza avanza sobre el universo de los trabajadores que pueblan el sur de la provincia y se hace palpable a través de una lógica armada sobre dos pilares: el aumento de las horas de trabajo y la reducción del nivel de ingresos.
Sobre el total de la población ocupada que manifestó tener ingresos en el aglomerado más poblado de la provincia de Santa Fe, el 7,8% (28.856 personas), viven por debajo de la línea de la pobreza, es decir reciben menos dinero de lo que necesitan para cubrir sus necesidades básicas. Pero las cosas no son mucho mejores para el resto de la gente. Mientras la canasta básica familiar que elabora el Ministerio de Economía a nivel nacional se ubica en los 1.000 pesos y la de Rosario supera los 800, uno de cada dos rosarinos gana menos de 500 pesos.
Estos datos, que surgen de los resultados desagregados preliminares de la Encuesta Permanente de Hogares que elabora el Instituto Provincial de Estadísticas y Censos (Ipec) permiten acercarse a una de las razones que, entre otras cosas, explican el alto grado de conflictividad y angustia de la población: la desigualdad en la distribución de los ingresos.
Por caso, en el Gran Rosario y de acuerdo al último relevamiento, el segmento más rico de la población gana 30 veces más que el estrato más pobre. Es decir, mientras en el primer grupo quienes más perciben llegan al límite de los 120 pesos, en el primero los ingresos más altos declarados en la última encuesta se ubican en los 3.500 pesos.
De la mano de una situación crítica en lo laboral -en Rosario el desempleo trepó el 20,2% en la última medición de mayo- el deterioro del ingreso avanza sin tregua en el sur santafesino, ya que, entre los que todavía están insertos en el mercado laboral, aumentan las horas de trabajo y al mismo tiempo disminuye la cantidad de dinero que percibe la gente por la misma actividad.
En un año, 33.600 personas más pasaron a engrosar la lista de quienes cobran menos de 200 pesos por mes, el 17,3% de la Población Económicamente Activa (PEA) y uno de cada cinco de los ocupados que manifestaron tener ingresos.
Aunque actualmente no existe un cálculo del costo de la canasta familiar a nivel provincial (la última se hizo entre los años 96 y 97 y desde el Ipec se está trabajando en una nueva), tanto funcionarios del área como analistas del tema precisaron que el parámetro de medición más usual está en relación con el que se utiliza en Buenos Aires, que alcanza los 1.000 pesos, debido a las similitudes de ambas regiones y ante la ausencia de un parámetro propio.
Menos por menos
Mientras crecen las filas de quienes ganan menos, también se derrumba el nivel de los ingresos de este sector, que en el término de un año cayó un 17 por ciento, de los 145 pesos que percibía como máximo en mayo de 2000 a 120 en el mismo mes de este año.
"Hace un año, los ingresos por planes Trabajar eran más altos que ahora", reflexionó el investigador en temas laborales Carlos Crucella. "Eso puede tener que ver, y actúa como una especie de registro ya que si hay gente que tiene empleos muy precarios nadie le va a pagar más de lo que recibe por un plan de empleo", agregó a la hora de acercar una explicación al fenómeno.
De acuerdo a los cálculos del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec) en septiembre del año pasado la línea de la pobreza se ubicaba en los 151,10 pesos. Es decir, la persona que percibía individualmente menos de esta cantidad de dinero mensualmente era considerada pobre para el sistema.
El cálculo surge de multiplicar por un coeficiente fijo el valor de la línea de indigencia, que para la misma época era de 62,44 pesos. El nivel de indigencia responde a una canasta básica compuesta sólo por alimentos que elaboran nutricionistas en base a las necesidades elementales de alimentación de un varón adulto que realiza una actividad física moderada. Esto quiere decir que el que no alcanza ese ingreso no puede ni siquiera comer, y mucho menos vestirse o movilizarse.
Con la idea de hacer una aproximación lo más cercana posible a los últimos datos del Ipec, es posible decir que en el Gran Rosario entre los ocupados que manifestaron tener ingresos son estrictamente pobres 28.856 personas (7,8%), aquellas que ganan entre 0 y 120 pesos. Aunque si se calcula que la mitad de la población que está en el segmento de los que perciben entre 121 y 200, gana hasta 150 pesos, el número de pobres aumentaría al 13,7% y abarcaría a casi 51 mil personas.
Esto sin tener en cuenta a quienes en el censo de hogares manifestaron no tener ingresos, que sobre el total de los ocupados suman 64.250 personas.
En el otro extremo, quienes ganan más conforman un grupo de ingresos muy heterogéneo que va desde los 997 pesos a los 3.500 en la última encuesta. En mayo del año pasado, el límite llegaba a los 8.500 pesos.
"Normalmente se llama intervalo abierto al nivel de ingresos del grupo más alto, porque es el punto máximo en las distintas muestras", coincidieron funcionarios de Estadística de la provincia y estudiosos del tema. Por otra parte, en este segmento "siempre surgen problemas de subdeclaración", agregaron. Es decir, pese a que se trata de un censo de hogares mucha gente esconde su nivel de ingresos por temor a una sanción fiscal.
De este modo, si se calcula el promedio de los que menos ganan (60 pesos) respecto del ingreso más bajo de los que más ganan (997 pesos), éstos últimos perciben 16 veces más que el grupo más pobre en el Gran Rosario.
Una flexibilización de hecho
A medida que los ingresos se desinflan avanza el fenómeno de la sobreocupación, que medido en horas representa una flexibilización solapada de las condiciones laborales, ya que por el mismo e incluso menor salario la gente trabaja más horas.
Sobre el total de la población ocupada en el Gran Rosario, el 38 por ciento (unas 170 mil personas) trabaja más de 45 horas semanales y la mayor carga recae sobre quienes son jefes de hogar y están al frente de familias de entre 2 y 4 miembros.
El año pasado, el número era mayor, ya que más de cuatro de cada diez habitantes de esta zona superaba esa carga horaria.
Para Crucella, "lo más probable es que esta gente, que estaba dispuesta a trabajar más cantidad de tiempo porque sus ingresos eran bajos, con la recesión no hayan conseguido a trabajar todas las horas que querían". En este sentido, "si volviera a haber actividad, probablemente esto aumentaría", reflexionó.
Por otra parte, para poder cubrir las mismas necesidades que hace un año o sostener el mismo nivel de vida, más de once mil habitantes del sur provincial debieron hacerse de una nueva ocupación. El nivel de ocupados que manifestó tener dos ocupaciones o más creció del 6 al 8,2 por ciento en un año.
Pero las intenciones fueron más allá de los hechos. Si bien sólo creció dos puntos la cantidad de gente que buscó un nuevo trabajo, casi tres de cada diez ocupados (el 27%) dijo estar en la búsqueda de un nuevo empleo, mientras que en mayo del año pasado este deseo alcanzaba al 19% de la población ocupada.
Patrones de la pobreza
La expulsión de mano de obra por el cierre de empresas en la región provocó un salto en el número de personas que manifestaron tener dos ocupaciones en el que se registró un llamativo dato: este año 2.956 personas se transformaron en patrones o empleadores cuando el año pasado ninguno de los que tenían dos ocupaciones se anotaban en esta categoría.
"Probablemente se trata de patrones de pequeños establecimientos que con los ingresos que derivaban de allí no podían vivir, con lo cual pone un empleado a trabajar y él sale a buscar otro empleo", explicó Crucella quien acotó que "los emprendimientos y distintas actividades denominadas de subsistencia, sobreviven en la medida que no dependan exclusivamente de los ingresos de esa actividad". Es decir, tiene que haber alguien en la familia que tenga algún ingreso más o menos estable.
Enfocando el tema con una visión más macroeconómica, el economista del Ieral Fundación Mediterránea de Rosario, Tulio Ceconi explicó que "se agotó el proceso de querer sortear la crisis a través de mecanismos financiero".
A su criterio, "un país que no tiene crédito como la Argentina, pese a la ayuda que se está gestionando con el Fondo Monetario Internacional (FMI), tiene que recurrir al desarrollo de la producción", para salir de la recesión.
El retroceso de las chimeneas
Los números ayudan a correr el velo sobre una realidad cuyos perfiles se palpan a diario. La década pasada fue para el Gran Rosario un sinónimo del ocaso de las grandes industrias, un fenómeno que se registró en todo el país pero que se vivió con más fuerza en la región donde estaba asentado uno de los cordones industriales más importantes de la Argentina.
A poco menos de diez años, la realidad del empleo muestra a las claras los efectos de este fenómeno.
Sobre el total de la población ocupada -440.300 personas- una cuarta parte trabaja en el rubro comercio y reparación, unas 112.604 personas. "Este rubro tiene muchos ocupados porque allí hay un espacio muy amplio para el autoempleo", explicó Crucella.
Bajo ese título se engloban actividades tan disímiles como un quiosco, ventas ambulantes, reparaciones domiciliarias, entre otras.
Por otra parte, debido a que hay mucha gente que autogenera su trabajo, "tiene un componente muy fuerte de subempleo oculto", acotó.
Mientras que la industria, una fuerte demandante de mano de obra en otras épocas, hoy sólo abarca al 14% de la población ocupada del Gran Rosario.
En los últimos quince años para todo el país el número de ocupados en la industria cayó, en valores absolutos, de un 23% a un 14%.
Con un alto componente de informalidad y bajos ingresos, los servicios tradicionales están a la cabeza del empleo en la región. Se trata de los rubros comercio, hoteles y restaurantes, y servicio doméstico, que en su conjunto ocupan a más de 160 mil personas, casi el 40 por ciento de la población ocupada. Es el doble de lo que reúnen juntas la industria y la construcción.
A la par de la agonía de las chimeneas, el Gran Rosario fue maquillando su nuevo perfil con lo que se denominan servicios modernos, aquellos que nuclean actividades como transporte y almacenamiento; intermediación financiera o servicios inmobiliarios y empresarios.
De acuerdo a los datos del Ipec esos rubros ocupan en conjunto a 67.208 personas, un nivel por encima de la industria, pero que no alcanza a reemplazarla como fuerte demandante de mano de obra.
La enseñanza ocupa el tercer puesto en la región como un espacio de empleo. El 7,6 % de los ocupados se dedican a esta actividad y suman 33.460 personas de las cuales la gran mayoría son mujeres.
"Que la enseñanza tenga un alto número de empleo y que tenga un alto componente femenino ocurre por dos razones: primero porque históricamente las maestras fueron mujeres y porque el deterioro de los niveles de ingresos a lo largo del tiempo ha determinado que el varón -que se supone culturalmente el principal perceptor de ingresos de la casa- ya no se puede dedicar a la enseñanza porque no le alcanza el dinero. Entonces, la actividad se transforma en un ingreso suplementario y la terminan haciendo las mujeres", explicó Crucella.