Llegan a Rosario sin hablar una palabra en castellano y se encierran en el silencio. Viven retraídos y no suelen establecer vínculos con sus vecinos. Detrás de cada uno hay una historia especial. Historias de sacrificio, apego al trabajo y ahorro. "La idea es juntar mucho dinero", confiesan por lo bajo como abrazando un extraño sueño capitalista que la China les negaba. Eligen para vivir el rubro gastronómico, y es así como instalan supermercados en los que trabajan de sol a sol. En sólo un año y medio, abrieron 23 comercios en la ciudad y van por más. Pero a esta realidad de esmero se contrapone otra que desvela a las autoridades migratorias: la ilegalidad. En lo que va del año, se detectaron 50 chinos viviendo clandestinamente en Rosario. Dos caras de una misma moneda.
Llueve sobre la ciudad y la mujer abre la puerta desconfiada. Sus rastros orientales emergen dulces y hospitalarios, pero a la hora de contar su historia se encierra en una especie de coraza impenetrable. "Disculpe, no hablo castellano", dice mientras se inclina levemente hacia adelante para realizar su clásico saludo. Así termina el diálogo en Salta al 2800, donde la familia Huen Lin trabaja en su local de productos vegetarianos.
"No suelen hablar mucho con la gente del barrio", confiesa la empleada del minimarket que linda con el negocio de los Lin. Lo que ella no sabe es que ese carácter introvertido es una característica común de la cultura china. "Quieren comunicarse, pero la barrera del idioma es muy fuerte", asegura Eduardo Oviedo, quien vivió cinco años en China y tiene cuatro hijos con Ji Li Na, su esposa desde 1989.
"Los chinos son bastante cerrados", admite Chang Wei Ching, un joven taiwanés que desembarcó en Rosario cuando tenía 13 años y hoy ocupa un puesto jerárquico en un importante restaurante local de capitales orientales. De elegante saco y corbata, se empeña por remarcar su procedencia, distinta de quienes provienen de la República Popular China.
En rigor, esta es una división infranqueable. Quienes viven en Taiwán (una provincia que brega por su independencia desde el seno del territorio chino) no se sienten de la misma nacionalidad que sus pares continentales. En Argentina conviven, hermanados acaso por el idioma oficial y por las mismas dificultades que encuentran cuando llegan.
De Fujian a Rosario
"Fu jian es una provincia que tiene un gran poder adquisitivo, pero muchos chinos se endeudan allí para poder venir a la Argentina", cuenta Chang, al tiempo que remarca que "la mayoría de los inmigrantes chinos que hay en Rosario proviene de allí". En todos los casos, quienes emigran sueñan con progresar. En la República Popular China las condiciones laborales no son las óptimas, y forjar una fortuna se les hace prácticamente un sueño irrealizable (ver aparte).
Pero algo corre por sus venas. Está en su naturaleza. Trabajan y trabajan sin saber de jornales ni descansos. "Cuando abrimos negocios tratamos de ahorrar lo máximo posible. Si se ganan 600 pesos se puede vivir con 100 y guardar el resto. En ocho meses ya se tienen 4 mil pesos, se asocia con otro y se abre un nuevo local", cuenta uno de ellos en un intento por explicar su filosofía del trabajo.
Siguiendo esa idea, Chang saca a relucir una anécdota que asegura "es verídica", pero evita revelar la identidad del protagonista. "Hace nueve años vino a la Argentina un chino que no sabía hablar una sola palabra de castellano. Entró a trabajar en un supermercado de Buenos Aires y todos los días caminaba 40 cuadras para llegar hasta el lugar y ahorrarse así el pasaje del colectivo", relata. Este hombre "trabajaba desde las 9 de la mañana hasta las 12 de la noche y vivía en una pieza junto con varios chinos más".
El desenlace de la historia aparece abruptamente: "Hoy es millonario", asegura Chang, y remata con lo que para él es la parte más importante del diálogo. "Vino con las manos vacías y hoy tiene mucho dinero. Esto demuestra el sacrificio chino, una raza que fue pobre durante toda su historia pero que nunca bajó los brazos".
La otra realidad
Pero a esa característica de sacrificio la acompaña otra que la propia colectividad china reconoce: la ilegalidad. "Es una de las comunidades con más alto índice de indocumentados o ilegales que han llegado a Rosario", comenta el director local de Migraciones, Marcelo Marchionatti.
El organismo que conduce detectó en lo que va del año a 50 chinos viviendo de forma clandestina en la ciudad y en muchos allanamientos descubrieron lo que los orientales se niegan a admitir: el hacinamiento.
"Nos hemos encontrado con casos en los que realmente observamos que vivían muy mal. Se detectaron algunos inmigrantes chinos durmiendo en las terrazas de los locales donde trabajan y hasta arriba de las mesas", recuerda el funcionario.
A sus palabras se suman las voces de vecinos de los súper allanados, quienes denuncian que "muchos trabajan por el techo y la comida". Chang, por el contrario, asegura que esto forma parte de los mitos tejidos alrededor de esa colectividad. "Nadie trabaja gratis, ni aquí ni en ninguna parte. Los que vienen a Rosario son en general parientes y por eso viven juntos, pero trabajan por un sueldo. Si no, se quedan en su país, donde el Estado les provee hasta la casa en donde vivir", advierte.
Lo cierto es que el tema de los supermercados chinos encendió una luz de alarma entre los comerciantes, sobre todo los de la zona sur. El Centro Unión Almaceneros comenzó una investigación que llevó a detectar irregularidades en cuanto a las condiciones de instalación y la presencia de personas trabajando en situación de ilegalidad. También Migraciones y la Municipalidad, a través de Registración e Inspección, intensificaron los operativos.
Y un concejal, Raúl Rosa, cotejó la identidad de los propietarios y sus números de identificación tributaria con la base de datos de la Administración Nacional de la Seguridad Social, para descubrir irregularidades en 25 casos (no coincidían las identificaciones con los titulares o no existían directamente los números).
"Esto no es xenofobia, y tiene que que quedar muy claro, pero tampoco se puede permitir la competencia desleal", dice Rosa.
Trampolín para Estados Unidos
Para los orientales que optaron por emigrar, Argentina es un país de riqueza. Pero también un país de paso. Muchos llegan con la intención de obtener una ciudadanía argentina con la que entrar sin visa a los Estados Unidos, que les pone innumerables trabas para el ingreso. Algunos lo consiguen, otros se van abriendo camino en la Argentina y se quedan.
Todos intentarán ingresar por derecha, pero esa no será condición excluyente. Un gran porcentaje opta (o se ve forzado a optar) por la ilegalidad. Y eso perjudica incluso a aquellos que viven legalmente y se sienten estigmatizados, tal cual lo revela Oviedo, que lo sufre de cerca en la experiencia de su esposa.
"La mayoría entra por Capital y desde allí se distribuye por el país, pero también ingresan por pasos ilegales desde Bolivia y otros países limítrofes", señala Marchionatti.
Para entrar a la Argentina no escatiman esfuerzos. En esta ciudad, un juzgado federal investiga el caso de tres chinos que fueron detectados con visas falsas. Según confesaron los inmigrantes ilegales detenidos, los papeles fueron confeccionados en China y habrían pagado por cada uno de ellos unos 10 mil pesos.
Oviedo, que es magister en relaciones internacionales y traductor de chino, entiende el fenómeno de esa realidad en estos términos: la gente que se quiere venir es la misma, y cuando comienzan a escasear los permisos o las intermediaciones se vuelven demasiado onerosas, los canales informales de llegada se vuelven más fluidos. El especialista, que colaboró dos años con la embajada argentina en Pekín, sabe que muchos de los ilegales están a la espera de alguna amnistía, una posibilidad que suele fogonear el periódico chino que se publica en Buenos Aires.
Realidades disímiles. Caras dispares de una misma moneda. Historias de una raza introvertida y trabajadora que comenzó a poblar las calles de Rosario.