Génova. - Los líderes de los países más ricos del mundo se enfrentan a un nuevo dilema: ¿Realmente vale la pena el trabajo de celebrar estas suntuosas reuniones, que ahora son el blanco principal de la violencia antiglobalización?.
La muerte de un manifestante italiano por disparos de la policía ensombreció la reunión de tres días en Génova de los siete países más industrializados del mundo y Rusia, que se encuentran atrapados entre seguir adelante con las colosales reuniones o regresar a las conversaciones informales de los años 70. El tema también comienza a ser acuciante para el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio, cuya reunión ministerial en Seattle, en noviembre de 1999, fue escenario de las primeros disturbios violentos de manifestantes antiglobalización. Los miembros del G-8, Estados Unidos, Japón, Alemania, Canadá, Gran Bretaña, Francia, Italia y Rusia, saben que la respuesta no es fácil.
El primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, ha gastado 100 millones de dólares para preparar esta cumbre, incluidos los 20 millones de dólares que ha costado construir una fortaleza de alta seguridad que proteja a los líderes mundiales de los disturbios, y él fue el primero en manifestar sus dudas con respecto a estas reuniones. "Toda la idea del G-8 tiene que ser revisada, ésta es probablemente la última de este tipo", dijo Berlusconi en entrevista con el diario romano La Repubblica.
Funcionarios de la Unión Europea (UE), a quienes todavía les resulta urticanente la manera en que las protestas y los disturbios violentos opacaron la cumbre en Goteburg, Suecia, el mes pasado, también insisten en que las protestas necesitan un nuevo enfoque. "Definitivamente tenemos que reconsiderar el modo en que estamos organizando las cumbre, la cifra de delegados y estas operaciones a gran escala", dijo un funcionario de la UE.
Sin embargo, otros se muestran inflexibles en que los líderes que han sido elegidos democráticamente no sean vistos como que se rinden ante los manifestantes y activistas. "No existe duda alguna en que las cumbres internacionales tienen que seguir celebrándose", insistió el primer ministro británico, Tony Blair. El primer ministro de Japón, Junichiro Koizumi, dijo: "No tiene sentido intentar bloquear estos encuentros que sirven para debatir formas más eficaces para ayudar a los países en vías de desarrollo".
Canadá, próxima cita
El primer ministro de Canadá, Jean Chretien, que el año que viene será el anfitrión de la cumbre, subrayó que no tiene en mente suspender la cumbre. Sin embargo, se negó a revelar dónde tendrá lugar la cita.
Diplomáticos occidentales estiman que los gobiernos del G-8 se enfrentan ahora a dos alternativas: pueden empezar a trabajar en la racionalización de futuras reuniones o abrir las puertas del exclusivo club a países clave en vías de desarrollo como China, India y Brasil. "La idea es que el G-8 deje de ser un club de ricos", aseguró un diplomático de la UE.
Pero no todo el mundo está conforme con esta última sugerencia. Un alto cargo del gobierno alemán de Gerhard Schroeder rechazó que se vaya a realizar cambio alguno para una futura ampliación de este club de élite. "Alemania está a favor de que se mantengan las cumbres en su forma actual", dijo el funcionario. Y quizás el funcionario alemán tenga razón. La invitación de Berlusconi a seis líderes de países en vías de desarrollo para que participaran en el primer día de las conversaciones, que se centraron en la pobreza, el hambre y el sida, no calmaron la furia de los manifestantes.
1975, la primera reunión
Este tipo de reuniones, que puso en marcha el ex presidente francés Valery Giscard d'Estaing en 1975, nacieron como unos encuentros informales donde los líderes de los países más ricos se reunían exentos de presiones como en las charlas "de sobremesa".
Luego crecieron y se creó el G-7 y finalmente el G-8 actual. Ahora la reunión anual se transformado en un evento difícil de manejar y dominado por los medios de comunicación, donde los líderes estampan su firma en largos comunicados elaborados por los denominados "sherpas", los lacayos civiles que pasaron meses discutiendo a fondo los comunicados finales, a menudo banales.
En Génova, sin embargo, las preocupaciones se han centrado más en evitar la violencia en futuras reuniones que en la falta de una verdadera sustancia en las cumbres del G-8. Uno de los problemas clave, según coinciden varios analistas, es que los manifestantes son de todo tipo y tamaño. "Grupos no violentos y responsables con preocupaciones válidas han hecho causa común (o al menos están dispuestos a participar) con matones y anarquistas", advierte el periódico canadiense de Toronto, Star.
Sin embargo, el presidente de Francia, Jacques Chirac, insistió en que el G-8 estaba escuchando las "verdaderas preocupaciones" de los manifestantes pacíficos, que son la mayoría. "Hay preocupaciones que realmente tienen que ser escuchadas", dijo el líder francés.