La doctora Rosario Ramírez recién comienza su guardia cuando desde la base llega el anuncio: "Hay un joven herido en la comisaría 19ª", avisa el handy. Rápidamente la ambulancia del Sies parte hacia la zona oeste. Al llegar, el panorama es un poco más crudo del que pintaba el operador de radio. Apoyado en una de las paredes del baño de la comisaría, un joven de 16 años muestra los orificios de entrada y salida de un proyectil en su pierna, saldo de su intento de asalto a un gendarme. "Mire cómo estoy, pídale que me saquen los grillos", lloriquea el menor a la médica y le muestra las manos esposadas. "No puedo hacer eso, dejame mirarte la herida", contesta con calma la profesional, que procede a curarlo en medio del escusado. La escena deja atónita a la estudiante de medicina que está haciendo su práctica en la ambulancia. Sin embargo, para Rosario Rodríguez este es un caso más. "A veces pienso, pobres tipos. Los vez indefensos, hacinados. Pero después te preguntás cómo habrán llegado hasta ahí", cuenta apenas atraviesa la puerta de la comisaría. Aunque al instante vuelve sobre sus palabras: "Cuando llevo un reo prefiero ignorar qué es lo que hizo". Y pone un ejemplo: "El jueves pasado tuve que trasladar hasta Granadero Baigorria al hombre que había matado a su hijo de tres años pegándole un balazo en el pecho y después quiso suicidarse. Yo lo miraba y pensaba cómo pudo haber hecho una cosa así... Y a la vez, tenía que tratar de salvar su vida. No es fácil".
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