El reloj marca las 23.30 y el chofer del Sies Carlos Rodríguez termina de dejar en la sala de terapia intensiva del Heca a una joven de 24 años que, según sus familiares, ha sufrido un aneurisma. Ni bien los profesionales atraviesan las puertas del sector de terapia, la madre de la chica los interpela: "Quiero saber cuándo va a estar consciente mi hija, porque yo tengo un papel para que me firme dándome la tenencia de sus hijos. El padre es un delincuente, y ahora me quiere sacar a los chicos. Fíjese, mi hija tiene dos contusiones en la cabeza. ¡Fue el marido el que se las hizo!", comienza a explicar la mujer sin dejar de lado todos los detalles de la relación entre su hija y su yerno. "A veces también tenemos que hacer de psicólogos", reflexiona Rodríguez mientras observa de lejos la escena. "En este trabajo encontrás de todo y nunca terminás de asombrarte cuando ves cómo viven algunas familias", agrega. Mientras tanto, la mujer sigue bramando contra el yerno. "Tiene varias causas en la comisaría. Es drogadicto y hasta llegó a darle droga a mi hija. Ahora me quiere sacar a los chicos, ¿para qué los quiere? Si lo único que les alcanzó una vez fue una lata de leche vencida. Mi hija se anotó en una cooperativa para hacerse una vivienda, pusimos ladrillo sobre ladrillo, y él ya estuvo preguntando a ver si se podía quedar con la casa si ella se moría". La médica escucha atenta el relato de la mujer. Siempre lo hace. No es la primera vez que debe apartarse de su tarea específica y atender otras demandas. "No podés hacer otra cosa", se lamentará después. Es que en algunas oportunidades los casos sociales son mucho más complicados que los cuadros clínicos. Y lo peor es que muchas veces no encuentran respuesta.
| |