-Doctora, traen una anciana y no pueden bajarla del auto.
-¿Qué tiene?
-Parece una fractura de cadera.
Son las 20 y Rosario Ramírez recién termina de tomar su guardia en el móvil número cinco del Servicio Integrado de Emergencias Sanitarias (Sies). En la puerta del Hospital Clemente Alvarez (Heca) la espera un Peugeot bordó que trae en su asiento de atrás a una anciana que no deja de gritar y quejarse. El chofer de la ambulancia, Carlos Rodríguez, le acerca una tabla. "Abuela, no se mueva"; "abuela, quédese quieta", piden al unísono los profesionales. Cuando por fin logran sacarla del automóvil, la anciana queda paralizada sobre la camilla con los brazos extendidos hacia arriba. "¿Qué le pasa? ¿abu, qué te pasa?", preguntan entre sollozos los familiares. "Ahora lo vamos a ver, no se preocupen", intenta contenerlos la doctora, mientras procura avanzar. Pero este será sólo el comienzo de la jornada.
Ningún mortal podría imaginar la cantidad de incidentes que se producen en una noche. Mientras todos duermen, una ambulancia puede llegar a cruzar la ciudad entera una decena de veces. "La principal diferencia que tiene este trabajo con otras especialidades médicas es que cuando entrás nunca sabés con qué te vas a encontrar", explica la doctora.
Hace 14 años Rosario se subió a una ambulancia por primera vez. Y ya no quiso bajarse. Es que después de acostumbrarse al ritmo que exige su trabajo, cualquier otra actividad le parece aburrida. Su compañero, Carlos, es chofer del Sies desde hace 6 años. Durante todo este tiempo, Rosario cubrió guardias 12 horas seguidas, de ocho a veinte, cada dos días y medio. Carlos, en cambio, cumple turnos de 24 horas, de siete a siete, cada cuatro jornadas.
Vidas al límite
La médica recorre los pasillos de cada hospital como si fueran su casa. Y a pesar del apuro que lleva, nunca olvida saludar con una sonrisa a quien se cruce en su camino. "Lo mejor que me pasó en las emergencias fue conocer gente espectacular. Si no trabajáramos en equipo y no pusiéramos pasión en lo que hacemos sería imposible seguir", asegura desde su base del Heca: una habitación con tres camas, televisor, heladera y anafe.
Mientras habla pone a calentar agua para cebar unos mates. Pero no hay tiempo de comenzar la ronda. Desde la base de operaciones del Sies le avisan que debe asistir a un detenido de la seccional policial 19ª.
"A los presos los tenés que atender bien, tienen una memoria fotográfica, cuando salen te saludan por la calle", cuenta Carlos camino a la comisaría. Rosario suma otra anécdota: "El otro día me salvé de que me robaran la cartera porque uno de los pibes le dijo al compañero: «No, a esa no porque es la doctorcita que me atendió»".
Al regresar de la comisaría ya son las 21.30. "La pava debe estar negra", sospecha Carlos. "Yo creo que la saqué del fuego", contesta Rosario, pero no pueden corroborarlo. Ni bien llegan al Heca tienen que hacer el traslado de una chica de 20 años que sufrió una intoxicación por inhalación de gas. Su mamá falleció.
Durante el traslado nadie habla. Eso quizás hace sonar más fuerte la sirena de la ambulancia. "Hay que tener mucho cuidado, apretar el freno en todas las esquinas. La semana pasada tuve que hacer un traslado al Hospital Alberdi. Venía por Ovidio Lagos, siguiendo la onda verde y con la alarma y las balizas encendidas, pero en tres esquinas se me aparecieron distintos autos que cruzaron con el semáforo en rojo", cuenta Carlos y, anticipándose a la pregunta de rigor, asegura: "Nunca choqué trasladando a un paciente".
La vuelta desde el Provincial no resulta más tranquila. Hay que llevar a una mujer que ha sufrido un aneurisma hasta el Heca. Los accidentes que ocurren de noche no son más graves que los que se viven de día, pero ciertamente la oscuridad los hace más dramáticos. Carlos es una verdadera enciclopedia de tragedias. A cada esquina de la ciudad él le roba un suceso. "En este edificio un tipo se tiró del piso trece", recuerda en la esquina de Córdoba y Alvear. Dos cuadras más adelante, indica: "Acá se mató una mujer con el auto".
Cuando la ambulancia estaciona nuevamente frente al Heca, el reloj ya apunta las 23. Y es una buena hora para pensar en cenar. Pero minutos después de que el mozo del bar deja las bebidas en la mesa, vuelve a sonar el handy. "Posible óbito en Córdoba al 2300", es el mensaje.
La ambulancia para frente a un departamento de pasillo. En la puerta se apiñan tres móviles de la policía, una decena de vecinos y dos adolescentes que entre llantos piden ver a su mamá.
Gajes del oficio
Todavía quedan por delante nueve horas de trabajo. Tanto Rosario como Carlos aseguran no ser cabuleros, pero a la vez reconocen que cada vez que les toca trabajar juntos conjuran las peores catástrofes. Y razones no les faltan. La dupla estaba de guardia cuando se produjo la intoxicación masiva en el barrio toba y también cuando se desmoronó un árbol sobre un galpón de la Sociedad Rural donde se alojaban familias de inundados.
"Ese día fue terrible, teníamos que sacar a los chicos de los escombros. Para colmo, cuando por fin terminamos, nos tocó asistir a un incendio en el centro. Estaba en la ambulancia y venían los bomberos y se me sentaban encima para que les diera oxígeno. Yo estaba tan cansada que una mujer que pasaba me vio y dijo «pobrecita, doctora, yo la voy a ayudar». Fue hasta un quiosco, compró una botellita de agua mineral y me la trajo", recuerda la médica.
Es que la vida en una ambulancia está llena de esos pequeños gestos, y de las anécdotas más bizarras sobre las desgracias ajenas. Como aquel accidente donde un motociclista perdió literalmente su cabeza y los médicos no podían dar con ella porque había caído en un cesto de residuos. O como el caso de una mujer que se había colgado en el patio de su casa y, mientras los profesionales intentaban revivirla, llegó una amiga y comenzó a gritarle: "Viste, yo te había avisado que tu marido te iba a hacer esto".
De todas formas, hay situaciones que todavía los dejan perplejos. "La muerte de un chico te pega. Una vez fuimos a asistir un accidente en Crespo al 4000 donde un auto había sido embestido por un tren y falleció una nena de 6 años. En ese momento, en la ambulancia éramos tres y todos teníamos chicos de esa misma edad. Nos agarró una locura tremenda. Cuando llegamos a la base, inmediatamente llamamos a nuestras casas para ver cómo estaban los chicos", cuenta Rosario.
"Vemos de todo y después de trabajar en esto, vos aprendés que hay muy pocas cosas por las cuales te tenés que preocupar realmente", asienten al unísono la médica y el conductor de la ambulancia. Lo demás son sólo gajes del oficio.