Carlos Varela es, de los tres defensores consultados, quien más reconoce que su profesión suele depararle contradicciones. De arranque, aclara que nunca le pregunta al cliente si es en verdad culpable o inocente. "¿Para qué? En la causa sólo importa si hay o no pruebas", dispara. El delito sexual contra menores es el límite "subjetivo" de Varela para aceptar un caso de defensa. "Quizá sea por la cultura cristiana, en sentido genérico, que siempre pone en el sexo un tema tabú, pero si hay menores como víctimas ese tabú se multiplica por mil", dice. Fuera de esa abstención, admite un secreto a voces: los tiempos no están como para rechazar trabajo. "Para ser sincero, al aceptar una causa uno de los condicionamientos es el dinero... No sé si está bien, pero vivimos en el capitalismo y para pagar la luz hay que tener plata". Sin embargo, aclara que "no todo tiene precio". Los conflictos de conciencia, sutiles y no tanto, son finalmente cuestiones con las que tarde o temprano se aprende a lidiar. "Es lo mismo que les pasa a los médicos con el dolor o con la muerte, uno se va endureciendo", afirma. En esa línea, ya aprendió a no preguntarle al cliente si en verdad es inocente. "Con el tiempo uno descree, y además poco interesa, porque lo que le importa al proceso es si hay o no pruebas; si las hay sale condenado, si no corresponde la absolución y el estado de duda beneficia al imputado". Varela admite que la distinción entre verdad real y verdad procesal no es fácil de comprender si no se ejerce el derecho. "Una persona puede ser culpable y no haber elementos para condenarla, o a la inversa, puede ocurrir, más veces de lo que la gente imagina, que la policía arme una causa para cerrar un procedimiento y enganche a un inocente: allí, se haga lo que se haga, es muy difícil eludir la condena". Más allá de cómo suele pintar Hollywood a los defensores -unos seres estoicos que dan la vida por demostrar una acusación injusta- para Varela no hay peor cosa que patrocinar a un inocente, estadísticamente lo menos frecuente. "En materia penal, cuesta defender a quien es inocente de hecho, porque en esos casos la presión se multiplica por diez: uno sabe que defiende a una persona que está en un lugar indescriptible, como son las cárceles y las comisarías". La presión, admite, viene de todas partes: del imputado, de sus familiares y de la propia conciencia del defensor. En cambio, "si uno sabe que en los hechos el imputado no es totalmente inocente, bueno... la va a pelear, lo va a tratar de sacar, pero de última, si no lo logra, siente que se hace justicia, que al tipo le está pasando lo que marca la ley". De todos modos, Varela también señala sobre este tema el aspecto narcisista de la profesión. "Parece una paradoja, pero si uno logra la libertad de alguien que no es totalmente inocente de hecho, pero sí jurídicamente, el mérito profesional se revaloriza". Con el inocente de verdad, en cambio, el logro pierde valor.
| |