Raúl Pérez
En esa misma caldera denominada Parque Antárctica, siete años atrás, otro Boca se arrodillaba. Un 6 a 1 lapidario enterraba a un equipo que había querido ser futbolísticamente agresivo y generoso en su propuesta, pero que ante las primeras adversidades se derrumbó, desnudando carencias tácticas y espirituales. Las imágenes se asocian por su disparidad, porque este Boca 2001 es la representación más cabal de todo lo contrario. Y la de la noche del martes fue una nueva demostración de grandeza por parte de un equipo en serio, conducido por un entrenador en serio. Pudo haberse perdido, se sufrió gran parte del segundo tiempo estando once contra diez. Pero eso no varía el concepto. Hasta en sus peores momentos, Boca siguió siendo Boca. Y al cabo, los penales, como hace un año en el Morumbí, trajeron la gloria (aunque esta vez todavía no la Copa). No pueden obviarse las circunstancias. La guerra abierta y frontal jugadores-dirigentes pareció fortificar al grupo, por si hiciera falta. Todos para uno y uno para todos, como siempre, pero más. Por si aún no fuese suficiente, allí estuvo la nota dramática. La calva de Carlos Bianchi ensangrentada. El director técnico caído en el suelo luego de que una piedra del tamaño de un puño hiciera blanco en su cabeza. Quizá muchos otros directores técnicos se hubieran colocado un vendaje tipo turbante, para darle más carga al episodio. Bianchi no. En cuanto paró de sangrar, volvió a su puesto, en el palco desde el cual tuvo que seguir el partido, dada su suspensión. Esa misma sensación de madurez es la que trasmite su equipo, que jugó una media hora inicial tácticamente perfecta. Por supuesto que lo ayudó estar 1 a 0 antes de los dos minutos de juego, pero es una de las cosas que pueden pasar cuando un equipo se planta con la autoridad con que suele plantarse Boca. En ese lapso inaugural, Palmeiras prácticamente no pudo acercarse a los dominios de Oscar Córdoba, maniatado por la solvencia de un compacto bloque que le cerró todos los caminos y no le permitió manejar la pelota. Después, el pecado fue entusiasmarse con el contragolpe, como pasó muchas veces. Cederle pelota y terreno a Palmeiras, y en el Parque Antárctica, puede ser mortal. Tras la expulsión de Alexandre, 2 a 1 arriba en el marcador y con todo el segundo tiempo por delante, tal vez Boca se haya confiado demasiado. Pudo haberlo liquidado con el tiro de Ibarra en el palo o con el estiletazo de Riquelme que Marcos mandó al córner. Pero Palmeiras, con diez, se agrandó. Corrió más que antes, ganó las pelotas divididas, apretó... Y empató.
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