Terre Haute, Indiana. - Timothy McVeigh fue ejecutado ayer por el mismo gobierno federal que despreciaba, después que la Justicia lo condenó por matar a 168 personas en el atentado dinamitero en Oklahoma City hace seis años, el peor en la historia.
McVeigh murió en silencio, con los ojos abiertos y sin ninguna muestra de remordimiento. En vez de hacer una declaración final, el condenado, de 33 años de edad, transcribió un famoso poema (ver aparte).
A las 7,14 de la mañana (dos más en Argentina), el director de la prisión Harley Lappin declaró que McVeigh se había convertido en el primer prisionero federal ejecutado en 38 años.
En Oklahoma City, 232 sobrevivientes y familiares de las víctimas se congregaron para presenciar la ejecución por circuito cerrado de televisión en transmisión enviada desde Terre Haute, Indiana. Otros se abrazaron en el monumento que hoy marca el sitio donde ocurrió el atentado.
Tranquilo y sin remordimientos
McVeigh vestía una camiseta blanca, pantalones color caqui y zapatillas. Su cara estaba pálida y su cabello muy corto.
A las 7,06 el alcalde de la prisión, Warden Hardey Lappin, informó que todo estaba listo para la ejecución y en ese momento el alguacil del presidio pidió -a través de una comunicación telefónica desde la sala- autorización al Departamento de Justicia para proceder. La inyección letal fue administrada en la pierna derecha de McVeigh. El reo tuvo contacto visual con sus cuatro testigos, y luego con 10 testigos de los medios de comunicación; después miró con los ojos entrecerrados hacia la ventana de vidrios coloreados que le impedía ver a los 10 sobrevivientes que acudieron a ser testigos de su ejecución.
Cuando le fue suministrada la primera droga, dejó escapar un par de suspiros profundos, seguidos por una respiración agitada. Primero dirigió la vista hacia sus abogados, luego hacia los 10 periodistas presentes y, finalmente, estirando el cuello, miró en dirección hacia el lugar donde estaban los familiares de las víctimas y los sobrevivientes del atentado.
Recostado en una camilla, esposado de pies y manos, McVeigh realizó unas cuantas respiraciones profundas antes de que se le aplicara la primera inyección letal, a las 7,10.
Sus ojos parpadearon unos instantes pero de a poco dejaron de moverse y su cabeza se mantuvo rígida, según contaron testigos presenciales. Inmediatamente se le aplicó una segunda droga, sufriendo movimientos abdominales y dificultades de respiración, y a las 7,13 la última droga. Las inyecciones, que se le aplicaron en la pierna de derecha, fueron de pentotal sódico (anestésico para dejarlo inconsciente), bromuro de pancuronio (bloqueo de la respiración) y cloruro de potasio (paro cardíaco). Su cabeza se movió hacia atrás, su vista se fijó en el techo y sus ojos se tornaron vidriosos. Murió con los ojos abiertos. A las 7,14 Lappin informó desde la sala a los testigos presenciales que McVeigh estaba muerto.
En Washington, el presidente George W. Bush declaró que McVeigh había "enfrentado el destino que eligió hace seis años. Para los sobrevivientes del crimen y para las familias de los muertos, el dolor sigue. El castigo final contra el culpable no puede por sí mismo traer paz a los inocentes. No puede recuperar la pérdida ni equilibrar la balanza y no pretende hacerlo".
En una carta reciente al diario Buffalo News, McVeigh dijo que su cadáver sería entregado a uno de sus abogados y cremado. Pidió que sus cenizas fueran esparcidas en una ubicación no conocida.
Janice Smith, cuyo hermano Lanny Scroggins murió en el atentado, rezó con su hija en el Monumento Nacional Oklahoma City; se retiró cuando supo que McVeigh había muerto. "Se acabó", dijo, "No tenemos que seguir más con él".
"No sufrió nada"
Varios de quienes presenciaron la ejecución, ya fuese personalmente o por televisión, se quejaron de que la muerte por inyección fue demasiado compasiva para McVeigh. "No sufrió nada. El hombre sencillamente se durmió o, mejor dicho, el monstruo", dijo la sobreviviente Sue Ashford, que vio la ejecución en persona. "Creo que tendrían que haberle hecho lo mismo que él hizo en Oklahoma", agregó.
Larry Whicher, hermano de una de las víctimas, dijo que el condenado miró directamente la cámara con una mirada fija e inexpresiva momentos antes de su muerte, "y esa mirada fue muy elocuente". La cámara estaba suspendida del cielo raso. "El tenía una mirada desafiante, de que si pudiera lo volvería a hacer", agregó Whicher. "No creo que se haya entregado al Señor. No creo que se haya arrepentido y creo que está en el infierno", agregó.
"No podemos seguir con esto"
En la vereda opuesta, el abogado de McVeigh, Robert Nigh, un convencido enemigo de la pena de muerte, recordó a la prensa que el gobierno no sólo ejecutó al dinamitero de Oklahoma City, sino también a un veterano condecorado de la Guerra del Golfo Pérsico, a un hijo y hermano. Consideró que no había "nada razonable o moral en lo que hicimos hoy". "Si hay algo bueno que pueda provenir de la ejecución de Tim McVeigh, ello sería ayudarnos a darnos cuenta más pronto que simplemente no podemos hacer esto más", dijo Nigh. "Estoy firmemente convencido que no es una pregunta de si debemos frenar (la pena de muerte). Es simplemente una cuestión sobre cuándo".
El cómplice de McVeigh, Terry Nichols, permaneció sentado en una celda en Oklahoma City, sin acceso a la radio ni a la televisión. Nichols es acusado de cargos federales por homicidio múltiple involuntario y conspiración y recibió una sentencia de cadena perpetua. Los fiscales buscan cargos estatales por asesinato que serían penalizados con la muerte.