Cristián Campestrini y Laureano Tombolini son compañeros de asiento. El de San Nicolás tiene 20 años y dice que está reloco. Luce con orgullo el tatuaje de la Virgen del Rosario de San Nicolás en su brazo izquierdo y dice que para tomar unos mates tendrá que robarle yerba al Vasquito Erroz. A Tombolini, con 24 años, le gusta cazar y pescar. El de Teodelina dice que le gusta ir con su hermano y su padre cerca de su pueblo para cazar perdices. Y que cuando se va de pesca prefiere Ita Ibaté, en la provincia de Corrientes. Son dos tipos divertidos. O lo parecen demasiado. Son los dos arqueros de Central. El más chico escucha música en su discman nuevo y se sacude en su asiento. Tombolini le hace el dúo. Hacen un buen 1-2, como Schumacher-Barrichello o Hakkinen-Coulthard. O como los Pimpinela. Campestrini inicia la ronda. Le gustan dulces. Uno a Tombolini, uno al utilero Orlando Gómez, uno al Maxi Cuberas y hasta el enviado de Ovacion liga uno. Tombo se pone cómodo para matizar el vuelo de Panamá a México y estira su humanidad sobre el asiento. También escucha música y le pide unos CD al más chico. El héroe de Cali dialoga con sus compañeros de hilera al otro lado del pasillo y se queja. "Yo estuve cualquier cantidad de tiempo jugando como suplente y este llora por que está haciendo banco. Lo quiero matar...". Campestrini escucha. El avión de la aerolínea Mexicana inicia el descenso en el Distrito Federal. Un pozo de aire sacude el avión y Tombolini apoya la cabeza en el asiento de adelante. "¿Quién le enseñó a manejar a este tipo? Seguro que le dieron el carnet por correspondencia. Quién me mandó a mí a ser futbolista, me hubiera quedado en mi pueblo, tranquilito y sin problemas". Campestrini empalidece. Que el avión se sacuda no le causa mucha gracia. "¿Cuándo llegamos?, pregunta", y el avión aterriza. Fin de la historia. Historias de viaje. Una historia más de la aventura copera canalla.
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