Miguel Pisano
"¿Por qué Central debe sufrir tanto para ganar un partido?", le preguntó ayer Ovacion al técnico de Rosario Central, Edgardo Bauza, apenas había terminado la infartante victoria de su equipo sobre Gimnasia. "Y... será que nuestro destino es sufrir siempre hasta el final", resumió el Patón con esa capacidad de definición que a veces logran los futboleros. Y algo de eso le volvió a ocurrir ayer a Central, en la otoñal tarde del bosque platense, cuando ganó de visitante en el Clausura con un equipo alternativo y, sobre todo, logró una victoria clave desde el punto de vista anímico en la decisiva semana de los cuartos de final de la Copa, matizada por el clásico de la ciudad, nada menos. Central jugó ayer un buen partido porque trató siempre de ganarlo, más allá de que la suerte le guiñara un ojo en un par de jugadas clave y a pesar de que en otras tantas su alarmante incapacidad de definición lo condenara a padecer hasta el último segundo. Pero así es este sorprendente Central de Bauza, formado ayer por un grupo de pibes y no tanto que juegan bien con la pelota pero que no la meten en igual proporción al número de llegadas. Y, si no, que lo cuente el Torpedo Arias, que encaró solo al arquero y su derechazo se fue apenas desviado. Claro que Gimnasia también tuvo las suyas y, esta vez, entre la buena tarde de Tombolini, la cabeza de Cuberas y los palos salvaron a Central de sufrir un puñado de goles, como los que se devoraron el Colorado Sava en un cabezazo y un derechazo en los dos primeros minutos, otro de Gatti que salvó el arquero y ese bombazo de Scotti en el complemento, que pegó en el caño derecho, recorrió la línea, rebotó en el izquierdo y salió sin que nadie la empujara... En realidad, Central comenzó a ganar el partido cuando se dio cuenta a tiempo de que su negocio consistía en tocar la pelota por abajo entre sus jugadores mejor dotados, como Vitamina Sánchez, Tom Arriola, Lequi y Pierucci, y en explotar la velocidad del Torpedo Arias en las réplicas, como lo hizo en la mitad del primer tiempo y el delantero se comió tamaño gol que marcó un click en el partido. Entonces Gimnasia, un extraño equipo sin conductor ni generadores de juego, que se para con dos líneas de cuatro y le tira centros frontales a Sava casi como único recurso ofensivo, volvió a jugar su partido de centros y a complicar a Central por arriba. Los muchachos del Patón volvieron a jugar bien con la pelota por abajo en el comienzo del complemento y a urdir las mejores jugadas del partido hasta que el Negro Tom -la figura de la cancha- lo dejó solo a Moreno y su centro fue martillado por Pierucci al gol. Claro que después hubo otro partido, cuando Cuberas mandó afuera el penal, que hubiera liquidado el partido. Entonces llegaría el tiempo de sufrir en cada centro despejado por el propio Cuberas y Lequi, y por el gol de palomita que se perdió Arriola en el final. Así ganó, sufrió y gozó Central. Desde las llegadas imposibles de perder hasta pedir la hora en el final. Entre los toques de Tom, Vitamina y Pierucci, y las salvadas de Tombolini, Cuberas y los palos. Entre el buen juego y su falta de contundencia. Entre el lujo y el suplicio. Como un manicomio feliz. A lo Central.
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