Mauricio Tallone
El fútbol suele aceptar utopías pero generalmente vive de realidades. Central Córdoba encaró su excursión cordobesa ante Instituto consciente del alcance de esta definición, y su ilusión por revertir una historia que siempre le fue esquiva -necesitaba ganar por tres goles- sólo gozó de credibilidad hasta que Mauro Amato marcó el primer gol para la Gloria, capitalizando un obsequio de la defensa charrúa. A partir de entonces, las cosas se acomodaron en el sillón de la previsibilidad. En el rincón cordobés, acumulación de jerarquía con Altuña como estandarte. En el charrúa, sólo voluntad y la dosis goleadora de Jeandet para salvar el orgullo y acortar las cifras. Esa fue la síntesis del primer tiempo y algunas porciones del complemento, pero al cabo resultó ser la del final. Creer que apenas un rapto de inspiración -los charrúas lo tuvieron al inicio del complemento- es capaz de poner de rodillas a once individualidades con linaje colectivo fue casi un despropósito. Sospechar que intentar plantarse en campo rival es sinónimo de convicción fue simplemente una idea pasajera. Para derrotar a este Instituto moldeado por Gerardo Martino hay que mostrar otros argumentos. De lo contrario, pasa lo de anoche, cuando Miliki Jiménez se acordó que lo suyo son los goles de cabeza el partido se transformó en una rutina sin sobresaltos. El complemento acertó la idea de que Instituto se perdía en la desmotivación de tener todo controlado, y el vacío de reacción que evidenciaban los rosarinos. La certeza del triunfo había aletargado al local y eso le permitió ciertas licencias para testear algunas alternativas. Pero en ese ensayo se dio una particularidad. Instituto no profundizó su insistencia de la mano de Antuña y el Lorito Giménez, sino que apeló a los contraataques siempre terminados en centros para la dupla Jiménez-Amato. Mientras tanto, Córdoba no sólo padecía las osadías de su rival, sino que desnudaba dos carencias: la de su impotencia para encontrarle la vuelta al partido y la de sus ausencias (extrañó horrores al Tele Medina y a la seguridad que le aporta en el fondo habitualmente Fontana). El único que aportaba indicios para el elogio era Jeandet con su permanente movilidad entre Brusco y Smigiel. La postura que gobernó a Instituto en los instantes finales podría graficarse con aquella frase de Jairzinho, el morocho crack del Brasil de los años 70: "El equipo estuvo creido". Una manera sencilla de explicar que los cordobeses la vieron fácil pero se dejaron estar. Igualmente esa sensación final no le dio paso a la sorpresa. Porque en estos tiempos futbolísticos donde la medianía tiende a enseñorearse por cualquier latitud, Instituto mostró su ensañamiento por la creencia que todavía gana el mejor, y Córdoba, cargó con su complejo de inferioridad pero dejando su orgullo a salvo.
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