Los cafés de nuestra época hacia fines de los años 40 y principios de los 50 eran, tradicionalmente, para hombres con exclusividad. Se accedía al predio propicio para la confidencia, el escolazo y otras cosas con dieciocho años cumplidos. Los menores entraban acompañados por sus padres. Y así la barrita de los dieciocho se abroquelaba en una, dos o tres mesas, mientras que más allá se sentaban los grandes, o sea los que tenían de veinte años para arriba, y un poco más allá se juntaban los viejos, algunos que eran jubilados, otros que no lo eran y otros mantenidos por la familia, a conversar y jugar a los naipes.
En los barrios los cafés generalmente tenían cancha de bochas y juego de sapo en el patio de atrás que muchas veces era de tierra. Algunos también tenían una o dos mesas de billar sobre la que jugaban los contertulios. La máquina de hacer café express consistente en un tanque niquelado, redondo y de gran tamaño lleno de pocillos volcados arriba y de canillas abajo _tres o cuatro eran las canillas_, así como el típico mostrador de estaño, eran características infaltables en aquellos cafés que supimos conocer y frecuentar.
Entre los del centro estaba el "Siglo XX" con numerosos billares, en calle Corrientes entre Córdoba y Santa Fe; el "Imperial", debajo de LT2 en la esquina de Corrientes y Santa Fe, donde aún continúa en actividad y donde, en tiempos de la radio con elencos estables, se agrupaban naturalmente los concurrentes en tres lugares distintos: los del radioteatro sobre la pared de la zona este; los músicos en las mesas del medio, y los parroquianos comunes en la parte oeste, sobre la esquina y al lado de las ventanas que dan por Santa Fe.
Otro café de nombradía que había tenido varios domicilios céntricos fue "La Cosechera" que estaba en Rioja 1002. Allí, una mañana en que casi no había nadie ví caerse un ventilador de techo que partió una mesita de aquellas con tapa de mármol marrón que eran características en aquel lugar. Haciendo cruz con la "La Cosechera" se encontraba la "Confitería Los Dos Chinos", donde los que se querían hacer ver como adinerados, se sentaban en la mesa de la ochava y ponían sobre la tapa un paquete de cigarrillos Saratoga a la vista de los transeúntes que pasaban delante de la ventana.
En Rioja 978, a la vuelta de "Los Dos Chinos" y frente a la disquería de Max Gluksman estaba "Los Veinte Billares", uno muy antiguo donde se disputaban campeonatos y que empezó y terminó llamándose "Olimpia". Al lado existía un café de japoneses más largo que ancho, llamado "Kamachi", nombre que tuvo una confitería de cuya existencia hablaremos más adelante.
Los japoneses, al frente
Donde está hoy la casa Ortiz y Ortega, en calle Mitre entre las de Córdoba y Rioja, funcionó "La Voz del Hambre", así bautizado por los artistas de variedades que concurrían a satisfacer sus necesidades gastronómicas por algunas monedas. Y ya que nombramos a "Los Dos Chinos", debemos recordar casi obligadamente a otras dos confiterías del centro: la "Córdoba", en la esquina NE de Córdoba y Mitre _donde después se instaló el "Bar Hobby"_ y "La Perfección" que estaba enfrente, o sea en la esquina NO, donde antes estuvo la "Confitería Kamachi". Cerrando la reseña podemos mencionar la existencia de la "Confitería Palace" en Córdoba 1398, donde hoy está la "Confitería Augustus".
Volviendo otra vez a los cafés del centro, se nos aparece en primer lugar "El Cairo" que aún funciona en la esquina de Santa Fe y Sarmiento, antiguamente asiento de la tienda y casa de artículos para hombres "Dos Mundos". En el enorme salón que tenía "El Cairo" había muchas mesas de billar y a la entrada una tarima hacía las veces de escenario donde actuaban orquestas. Otro café muy conocido y muy concurrido era el "Nuevo Madrid" o "Madrid", como le llamaban todos, en Mitre 898, donde se jugaban campeonatos de billar y hacían exhibiciones afamados billaristas como el rosarino Perés, así como los porteños Navarra y los famosos hermanos Carrera. Además podía jugarse al dominó y al ajedrez, habiéndose prohibido los naipes. Como el café estaba abierto día y noche, tenía un quiosco de cigarrillos a la entrada que también estaba abierto las 24 horas, igual que otro ubicado enfrente del teatro La Comedia, entre la sombrerería de Calderini y el "Restaurant National" en el que se podía comer un buen puchero a la española en horas de la madrugada.
Café y restaurant de larga data es "El Ancla", que en la década de los 40 regenteaban Pombo y López y que aún subsiste en Maipú 1101. Otro más viejo era el "Londres" en Maipú y Rioja donde aún se encuentra y que a raíz del conflicto con Inglaterra pasó a llamarse "Malvinas Argentinas", y posteriormente, recuperó su antiguo nombre. Otro muy conocido era el "Yapeyú", en la esquina NE de Entre Ríos y Mendoza, antiguo y espacioso local donde también se daba de comer y donde se reunieron y formaron nueva directiva con José A. Mendoza (Mendocita) al frente, los integrantes de la Unión Argentina de Artistas de Variedades.
Es interesante e ilustrativo señalar a quienes no lo conocieron, la existencia de numerosos cafés atendidos por japoneses, como el "Kamachi" ya nombrado, "Los 4 Japoneses" en San Martín 935 frente al cine Capitol, con un costoso revestimiento de madera en sus paredes, espejos en las columnas, sillas acolchadas y palco para orquesta, donde actuaba una de señoritas, recuerdo, todas enfundadas en vestidos de lamé amarillo, color tan del agrado del dueño.
El "Nuevo Japonés" estuvo en San Lorenzo 999, subsistió con varios nombres _entre ellos el de "Bagdad Café"_ y todavía presta servicios. El "Café Imperio" estaba en Córdoba 1134, donde hubo posteriormente otros. Hasta no hace mucho funcionó un bar y panquequería y terminó siendo un local de negocio textil. El "Nuevo Japonés", después "Sao Paulo", estaba afincado en Sarmiento 888. Su propietario era don José Harakaki, condecorado por el gobierno de Japón y de quien fui amigo, así como de sus hijos y del personal de mozos que tenía. Fui 15 años seguido a ese café y podría contar un millón de anécdotas, desde la presencia del único chino que había en Rosario: Yan-Ti-Mu, quien llevaba los fajos de billetes debajo de la camisa _el Banco Chino, le llamaba don José_, hasta la lectura de la parte en castellano de los diarios "Akokku Nisei" y "La Plata Hochi" que me alcanzaba el japonés con unción religiosa por encima del mostrador.
Otro café de mi preferencia era el "Café Japón", ubicado en Santa Fe 1069, al que también concurrió muchos años el pintor don Arturo Zinny, quien dibujaba bailarinas de ballet al estilo Degas, acodado a una mesa de la vidriera por donde entraba el Sol y trabajando con su mano izquierda ya que la derecha la tenía inutilizada debido a una hemiplejía.
En ese café, el dueño _que era un japonés, por supuesto_ había colgado en una de las paredes y al alcance de la mano un cartelito de aquellos enmarcados que tenían el fondo de felpa y letras cambiables de celuloide. El letrero decía: Carlitos Calientes. Pero no faltó un gracioso que le sacó la r y la s de Carlitos, así como la i y la s de Calientes. El susodicho cartel quedó diciendo entonces: Calito Calente, palabra que remedaban más bien la jeringoza que hablaban en Rosario los Hijos del Celeste Imperio. Cesó aquel café cuando en el silencio nocturnal de una madrugada con Luna y todo, se le desplomó el techo.
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Historias menudas
Cafés mentados fueron el "Gran Japonés" en Sarmiento 1198 y el "Tokio" en San Martín 779, frente al Banco de la Nación y al lado de un salón de lustrar y peluquería. El tal salón era muy angosto, tenía tres sillas en lo alto de una tarima y era atendido por el Negro Palacios quien, a veces, tenía un empleado y otras veces nos vendía caviar importado, que le traían los marineros en cajitas redondas de hojalata.
Subsiste aún el Café "La Capital" que supo ser de Francisco Parés, en Sarmiento 750, frente a este diario. También está el "Victoria", transformado casi en confitería, en Presidente Roca y San Lorenzo. Aparte de los cafés nombrados estaban los llamados Café y Bar, que eran más o menos lo mismo. Como bar figuraba el "Pancho’s Bar" en San Martín 647; "El Pampa" en Córdoba y Paraguay, el "Perú" en Rioja y Entre Ríos, el "Teléfono", en Santa Fe y Entre Ríos, "Los Colonos", en San Luis y Entre Ríos, el "Astral" en Rioja 970, el de don Ramón Cifré en Sarmiento 716, el "Central" en Corrientes 715, el "Ideal" en Córdoba 950, el "Urquiza" en Corrientes 499 en la esquina del Teatro Colón y otros que escapan a nuestra memoria.
El último acto
Casi todos los cafés comenzaron a desaparecer especialmente cuando el plazo fijo empezó a ser un jugoso negocio, más jugoso que la infusión _a veces jugo de paraguas_ acompañada con azúcar Méndez, o Doble XX, o Hileret, solíamos tomar. Los dueños vendieron los cafés y pusieron la plata en plazo fijo, como lo hacían otros capitalistas y aún aprendices de capitalistas que andaban con la carterita repleta de dinero bajo el brazo, tomando nota del sube y baja y quién da más, que palpitaba en la vidriera de los bancos con forma de pizarra.
Fue una época en que se podía caminar cuadras y cuadras sin avistar un café para sentarse a descansar y a tomar algo. De entre los ya nombrados, muchos quedaron, algunos con las horas contadas, como el tenebroso "Bar Rioja" que en Rioja y Paraguay daría paso a una pizzería, o el de Basso, en Rioja y Presidente Roca y algunos otros, como los que estaban al lado de los cines que heroicamente trataban de sobrevivir al naufragio comercial que se preanunciaba.
Entonces, tímidamente al principio, surgieron los café al paso ubicados en zaguanes y pequeños locales. Decían quienes propiciaban este tipo de negocio: "Desde la vereda se tiene que ver la máquina de café para que la gente entre". Y así era. Con la susodicha máquina, un pequeño mostrador y algunas butacas altas, ya estaba improvisado el café y, en algunos casos, café y whiskería. Desapareció la calidez de la mesa compartida. Todo se sumió en un ir y venir de pseudoejecutivos con portafolios en la diestra, en una inexplicable hiperactividad que intentó cambiar el atavismo costumbrista de los rosarinos por el café que era tradicional.
Con el andar de los tiempos, fracasados muchos negocios _el de los plazos fijos primero_, gastadas las indemnizaciones en aventuras improductivas, deteriorado el crédito que llegó a hacer casi imposible afrontar los pagos, y otras menudencias por el estilo como el cierre industrial, etcétera, el pequeño capital sobreviviente volvió sus ojos a los cafés y a los bares que mágicamente comenzaron a abrirse por toda la ciudad, esta vez con mesas de pool como atractivo, y cuyos locales _hoy también improvisados restaurantes_ sirven de refugio, solaz y esparcimiento a uno y otro sexo.
Antes se prendía en los cafés la radio para escuchar los partidos, ahora el televisor para ver el fútbol en vivo y en directo, codificado o diferido. Películas y programas musicales son los entretenimientos obligados que se han instalado en los cafés de hoy, donde se gritan los goles más que antes, entre un plato de tallarines y una botella de cerveza. Ah! y también con la presencia de humilde y humeante cafecito al lado del vaso de agua, que también ha vuelto.