Aníbal Fucaraccio
Atlético del Rosario parece un equipo que perdió su alma. Cuida más las formas que su contenido. Olvidó su esencia. Ganó por el peso propio de sus nombres y porque es indudablemente superior a su rival de ayer. Pero su verdadero nivel no aparece. Y lo que hasta ayer se llamaba irregularidad, hoy se transformó en una insoportable levedad de juego que lo lleva a transitar con actitud reprochable los ochenta minutos de juego. Plaza ganó. Pero eso no oculta que la real causa de su triunfo radicó en la vergüenza deportiva que puso de manifiesto cuando vio que las cosas no salían como se esperaba. Los recursos técnicos y tácticos quedaron archivados en el cajón de las intenciones y con algunos chispazos aislados de destrezas le alcanzó para llevarse la victoria. Pero de ninguna manera para despejar las dudas que siguen merodeando el pasaje Gould. Hurling, un adversario organizado, cuidadoso pero extremadamente limitado, expuso en gran medida las falencias del equipo local que, sin causa aparente, está perdiendo su funcionamiento colectivo y su confianza en sí mismo. El partido mostró de arranque que no iba a ser fácil. A los 2', con un penal que consiguió en su primer avance, la visita abrió la cuenta a través del apertura Lucas Albarracín y los murmullos comenzaron a multiplicarse en la tribuna rosarina. Plaza salió decidido a revertir ese mal comienzo y se instaló en campo de Hurling para tratar de llegar al try pero chocaba con una defensa segura que apostó a la firmeza en el tackle para ahuyentar las embestidas locales. Los dirigidos por Cainzos y Romero supieron colocar mucha gente alrededor de los reagrupamientos para trabar el desarrollo del juego y Plaza en ningún momento le encontró respuestas a esa falta de velocidad para liberar la pelota y cada avance se volvía una reiteración monótona de intentos inexpresivos. Además, los encargados de la conducción del equipo no tuvieron una tarde inspirada y equivocaron los caminos a la hora de tomar decisiones. A pesar de eso la calidad de los hombres de Plaza es indicutible. Y ese plus a su favor todavía le sirve para hacer la diferencia ante rivales endebles. Evidentemente, hay resultados que no logran disimular los pasos en falso. Y ayer en el pasaje Gould nada, ni nadie, pudo ocultar su disconformismo a pesar de la victoria. Los gestos adustos, las miradas esquivas y la autocrítica instantánea de los jugadores de Plaza demuestran claramente que todavía sigue intacto el fuego sagrado del último campeón de la Urba. Sólo queda alimentar esa llama con más esfuerzo en los entrenamientos y con una profunda reflexión grupal, para levantar el rendimiento y tratar de reconciliar su alma con su juego.
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