 |  | Editorial Ruidos, un problema crónico
 | Aun cuando fue denunciado en infinidad de oportunidades por quienes lo padecen en forma directa y por esta columna de opinión, el de los ruidos molestos es un viejo problema que, lejos de encontrar solución, se agrava con el tiempo. Eso es lo que refleja la percepción de la gente, avalada por las denuncias concretas de aquellos vecinos que reaccionan con firmeza frente a la agresión que representa el hecho de verse obligados a soportar, por causas ajenas, mayores decibeles de sonido de los aconsejables para conservar la tranquilidad y la salud. De acuerdo con fuentes responsables de la Defensoría del Pueblo, en la década el número de quejas se ha incrementado en un 20 por ciento. Además, el año pasado hubo 54 denuncias, mientras que sólo en lo que va del presente 2001 el total registrado ya llega a 72. Como puede apreciarse, cifras más que importantes. Por otra parte, en la Dirección de Control Ambiental de la Municipalidad los ruidos molestos encabezan el ranking de demandas ciudadanas. Más todavía: representan el 80 por ciento del total. Sin dudas que a tal agravamiento concurren varios factores. De ellos, dos son los de mayor peso. Son los que responden a la falta de eficacia en los controles del Estado y a la enorme falencia cultural que representa para la sociedad que en su seno pululen irresponsables de tan alto y creciente grado. Irresponsables que no trepidan en continuar agrediendo a quienes tienen a su lado en el afán de hacerse con sus propósitos, casi siempre motivados en un interés económico. Lo hacen porque, en general, gozan de una impunidad inaceptable que, por la incapacidad oficial de hacer respetar las normas y castigar sus violaciones, causa cada vez estragos mayores. De tal manera, son muchos los vecinos que cotidianamente deben padecer decibeles sonoros superiores a las posibilidades auditivas humanas. De por sí, Rosario es una ciudad contaminada por el ruido. La Organización Mundial de la Salud (OMS) concluyó, al cabo se serios estudios científicos, que los valores tolerables para la audición son de 45 decibeles entre paredes y de 65 en la vía pública. Sólo el tránsito en la zona céntrica supera los 80 decibeles. Ni qué hablar de lo que sucede dentro de aquellas viviendas que, linderas a negocios bailables, fábricas y grandes refrigeradores y extractores de aire, soportan sonidos constantes de alrededor de 110 decibeles todas las noches. A paliar este grave problema tiende la decisión municipal de obligar a 11 confiterías, cinco disco y más de 50 bares a instalar aparatos de controles automáticos de sonido interno. El sistema funciona con éxito en Mar del Plata. Ojalá que aquí ocurra lo mismo. La existencia de cualquier conjunto humano necesita de manera imprescindible del desenvolvimiento armónico de todos sus individuos. Lo mismo vale para un conglomerado mayor, como es cualquier urbe. Pero ese desenvolvimiento no es posible si uno o varios de sus miembros violan las normas de convivencia y el Estado hace poco o nada por acabar con esa situación injusta.
| |
|
|
|
|
 |
Diario La Capital todos los derechos reservados
|
|
|