Mario Candiotti
Las escandalosas manos del Goyco fueron la humillación más dolorosa para una selección que mostraba sobre el húmedo césped del San Paolo la patética imagen de la derrota menos esperada. Estaba todo preparado, como la mejor fiesta de casamiento, para que Italia diera el paso que le faltaba para pasar derecho y sin apremios a la final de su Mundial. Nápoles, la odiada del norte, era en esta ocasión el epicentro de todas las sensaciones. Por un lado, la azurra necesitada de un triunfo apelaba sin miramientos al apoyo incondicional de los sureños, más por conveniencia política-deportiva que por afecto en sí. Por otro lado, el eterno Diego del sur que había sabido llevar con magia y verborragia a un equipo con pocos antecedentes se presentaba en su casa . Para los napolitanos era la pelea entre dos amores: su Italia contra su Maradona. El Totó Schillachi abrió las puertas a la gran ilusión italiana y el San Paolo aplaudió. Pero algo se notaba en el ambiente. Sensaciones, que le dicen. El napolitano estaba contento, pero... Y cuando el Pájaro Caniggia peinó hasta con delicadeza esa pelota y clavó el empate, algo se notó en el ambiente. Más sensaciones, que le dicen. Los napolitanos ya no estaban tan contentos, pero... Nada ni nadie pudo quebrar la paridad. Ni la Italia que ya había hecho estampar las medallas de oro destinadas al campeón con los nombres de sus jugadores, ni la Argentina de Bilardo que apostaba a los penales. Las escandalosas manos del Goyco le pegaron semejante bofetada al sueño italiano de gloria. Sin brillo, a veces sin tanta audacia, Argentina sacaba boleto de ida a la final. Italia presentaba un pasaporte futbolístico vencido y pegaba la vuelta. Esa noche, la vuelta a Roma de los periodistas -incluido este enviado de La Capital- pareció distinta. Un silencio cómplice dominaba la escena. Una mezcla de goce interno, cansancio y algo de sorpresa se apoderó del ambiente. Y con las primeras luces del día, cuando Roma se desperezaba con su majestuosidad eterna, lo que parecía irreal se trastocó: Italia había quedado eliminada. Había sido cierto. Y apenas pasaron once años.
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