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Viviendo con las vacas locas
El sistema de producción europeo entró en crisis con el escándalo de la BSE. El papel de los consumidores

Patricio Pron

Götingen, Alemania (enviado especial).- Ninguna vaca ha sido tan importante en la historia alemana como la desafortunada a la que el veinticuatro de noviembre pasado se le detectó en Schleswig-Holstein el primer caso de Encefalopatía Espongiforme Bovina (BSE) o mal de las vacas locas. Aproximadamente cuatro meses después ya se han confirmado diez casos en territorio alemán, seis en Bavaria, dos en Baja Sajonia y dos en Schleswig-Holstein, el temor de los consumidores es apreciable a simple vista en el mercado y los ministros de Sanidad y Agricultura han debido pagar con sus puestos el costo político de su negligencia.
La crisis de las vacas locas ha llegado así al que quizás sea su punto más alto desde que en 1987 se detectaran en el Reino Unido los primeros cuatrocientos animales infectados. Este número aumentó geométricamente hasta alcanzar en 1992 los 37.000 casos. En septiembre de 1998 el total acumulado era ya de 175.239 animales contaminados y había afectado a 34.473 establecimientos ganaderos, lo que supone el sesenta por ciento de los rodeos de vacas lecheras y el quince por ciento de vacas nodrizas del Reino Unido. La enfermedad tuvo luego una considerable remisión que fue de los 34.829 casos de 1993 a los 3.197 de 1998 y a los 2.232 de 1999, cuando la cifra de muertos por la enfermedad ya ascendía en el Reino Unido a cincuenta y dos personas.
Ese mismo año la casi totalidad de los países de la Unión Europea, excepto Francia, levantaron la veda de carne inglesa, pero los miles de casos nuevos que se registraron este año, precisamente cuando se esperaba la erradicación de la enfermedad, la aparición de animales contaminados en países supuestamente "blindados" como España y Alemania y la confirmación científica de que existe una tercera vía de contagio aparte de la de los piensos infectados por residuos animales que se dan al ganado como alimento y la transmisión clásica por vía fetal de la vaca al ternero, han provocado inquietud entre los consumidores europeos y ya se han cobrado sus primeras víctimas entre los políticos, con la dimisión el nueve de enero pasado de los ministros alemanes de Sanidad y Agricultura, la "verde" Andrea Fischer y el socialdemócrata Karl-Heinz Funke.

Los científicos alertan
Esta semana el semanario "Der Spiegel", uno de los más prestigiosos de Alemania, se pregunta en su portada sobre la posibilidad de un retorno a la vieja agricultura, algo impensable antes de que la crisis de las vacas locas estallara, pero en apariencia necesario si se examinan las reconvenciones del Comité Científico Director de la Unión Europea (UE). Este último anunció en agosto pasado el descubrimiento de una tercera forma de contagio de la BSE, producto del sistema industrial de sacrificio de reses, en cuya primera etapa se le aplica al animal un golpe de aire comprimido en la cabeza para atontarlo. Este golpe difundiría, según el informe del Comité, los tejidos contaminados del cerebro en el torrente sanguíneo, utilizado para la producción de alimentos para consumo humano y animal. "Der Spiegel" reprocha a la ex ministra Fischer haber retenido durante seis semanas un informe de la UE sobre este tema por temor a la alarma de los consumidores.
Finalmente, Fischer se ha marchado y la alarma es visible. Aunque ya antes episodios como el envenenamiento masivo por el aceite de colza en España, los alimentos transgénicos y los pollos con dioxinas en Bélgica habían provocado inquietud entre los consumidores europeos, quienes habían comenzado a exigir a sus respectivos gobiernos políticas más activas de control de los alimentos, nunca se había llegado a un punto tan alto de inquietud.

Los consumidores se aterran
El temor a consumir carne sin garantías es apreciable a simple vista. Han desaparecido de los periódicos las "ofertas extraordinarias" de los grandes supermercados, que ofrecían cortes a siete marcos -tres pesos y medio- el kilo. En las carnicerías, el único lugar que ofrece ciertas garantías, el kilo de carne llega a los catorce marcos -siete pesos- aunque su consumo ha disminuido sensiblemente para ser reemplazado por cortes de cerdo, de pollo y cordero. Además ha bajado la venta de salchichas y otros productos cárnicos que son patrimonio de la cocina alemana, al tiempo que muchos preparados deshidratados han empezado a lucir una etiqueta que dice "no tiene carne" para alejar suspicacias.
Mientras tanto la ola de preocupación ha sido aprovechada por los grupos ecologistas y naturistas, que en las últimas semanas se muestran bastante activos haciendo publicaciones y repartiendo volantes en los que describen minuciosamente los síntomas de la Encefalopatía Espongiforme Bovina y de la enfermedad degenerativa de Creutzfeldt-Jakob, el mal incurable que los científicos asocian a la primera.
Pequeños ganaderos y agricultores vocacionales, en tanto, han visto aumentar el interés en sus productos, hasta hace algunos meses un mero "hobby", puesto que la crianza de los animales "a campo" y sin uso de piensos o hormonas ha vuelto a sus animales los únicos seguros para el consumidor alemán. En estos momentos el kilo de carne "no industrial" se vende a veinte marcos, aunque es de esperar que el precio suba mucho más.

El sistema se desmadra
En el centro de la ola de temores que se vive en Alemania en estos días -y en menor escala, en el resto de Europa- se encuentra no sólo la enorme presión de los consumidores para que el gobierno revise su política agraria sino también el cuestionamiento de un sistema de producción de alimentos que parece haberse desmadrado.
Según estadísticas recientes de la ONU, la producción de comida ha superado en las últimas décadas el crecimiento de la población mundial, aunque a costa de la degradación medioambiental e incluso de la calidad de los alimentos.
Los recursos alimenticios por persona son superiores en un veinticuatro por ciento a los de 1961, mientras que los precios reales de los alimentos han bajado el cuarenta por ciento, pero a cambio el sesenta y seis por ciento de la superficie agrícola ha padecido algún tipo de pérdida en el último medio siglo debido sobre todo a la erosión, la salinización y la contaminación producto de su explotación intensiva y del uso de fertilizantes.
Mientras que desde 1970 la ganadería se ha triplicado y las cosechas se han multiplicado por dos, la degradación de los suelos ha llevado a que se reduzca la productividad de las tierras de cultivo en un dieciséis por ciento, particularmente en Africa y Centroamérica, al tiempo que el treinta por ciento de los bosques y selvas se ha deforestado para cultivar en los últimos treinta años y la calidad del agua ha descendido por la intensificación de los cultivos y el uso de pesticidas.
El sistema de crianza industrial de animales -feed lot- y de matanza en frigoríficos han contribuido a que enfermedades como la de la Encefalopatía Espongiforme Bovina resulten cada vez más habituales. Pese a todo -buena noticia para los argentinos- aquí nadie imagina todavía un mundo sin carne.


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