Walter Palena
El primer año de la Alianza en el gobierno culmina con postales ambiguas. El 30 de diciembre de 1999, luego de 1.003 días de ayuno rotativo frente al Congreso nacional, los docentes decidieron levantar la Carpa Blanca. La instantánea de estos últimos meses mostró la vasta geografía argentina con piquetes, cortes de rutas, uniformes de gendarmes y olor a gomas quemadas y pólvora. Ese contraste es, quizás, la expresión más fiel de un gobierno que transitó durante doce meses por caminos sinuosos y que todavía busca su norte en la brújula del poder. La coalición progresista que irrumpió en la escena política para terminar con una década de pizza y champán terminó cambiando solamente los ingredientes del menú: los invitados a la mesa siguieron siendo los mismos. La primera gran iniciativa de la Alianza, la reforma de la ley laboral, fue una prueba de ello. Fogoneada por el entonces ministro de Trabajo Alberto Flamarique, el gobierno eligió como interlocutores válidos de la clase trabajadora a los representantes sindicales que, más allá de los matices discursivos, les fueron siempre funcionales a Carlos Menem: Rodolfo Daer, Gerardo Martínez, Luis Barrionuevo, Armando Cavalieri y compañía. En su afán por mostrar guiños al establishment, el presidente Fernando de la Rúa y sus estrategas produjeron un hecho con sello de amateurismo político: revivir la figura del autodenominado rebelde Hugo Moyano. Con la imagen de consideración pública por el piso, el sindicalismo ganó nuevamente la calle, le propinó tres paros generales y ya anunció que va por el cuarto si el jefe del Estado no cambia el modelo económico. ¿Le preocupa realmente a Moyano el destino de la economía? Sus antecedentes le otorga un plus de credibilidad que no tiene la CGT de Daer. Durante la gestión menemista, el camionero -junto a Juan Manuel Palacios (UTA)- combatió, aunque tibiamente, las políticas neoliberales que impulsaba el ex presidente. Pero el discurso de barricada anti-FMI que destilan los disidentes tiene un tufillo sospechoso. Curiosamente, los embates cada vez más virulentos se produjeron cuando el gobierno decidió -decreto mediante- desregular las obras sociales, la principal caja con la que cuentan los sindicatos. Paradójicamente, esta medida no es mal vista por el conjunto de la sociedad y es aquí donde las diatribas sindicales pueden no encontrar eco entre la gente que acompañó -aunque de reojo- las tres medidas de fuerza. Esta iniciativa también erizó la piel de los dialoguistas, que ya anunciaron una movilización hacia el Ministerio de Economía para el 19 de diciembre. Moyano dijo que no los acompañará, pero el mapa sindical es tan cambiante como la piel de un camaleón frente al peligro.
| |