México . - Conquistó su lugar en la historia no por realizar grandes actos o discursos, sino por reconocer la derrota, algo que sus predecesores en el gobernante Partido Revolucionario Institucional (PRI) jamás consideraron siquiera.
El presidente Ernesto Zedillo, quien ayer entregó la presidencia que su partido había dominado por 71 años, dejó el cargo con la misma actitud impenetrable que asumió seis años antes al ocuparlo, en un país que hoy parece tan distinto.
La tenaz determinación de Zedillo de poner orden en un país conocido por caótico, de imponer una modernidad orientada al libre mercado en una nación a menudo renuente al cambio, le ganó a final de cuentas respeto, aunque poco afecto.
Temor al desorden
Fue probablemente ese temor al desorden lo que impulsó a Zedillo a reconocer ante las cámaras de televisión el 2 de julio el triunfo de Vicente Fox en las elecciones presidenciales.
Desde el principio de su mandato, Zedillo convocó a realizar una reforma electoral y se negó a hacer lo que anteriores mandatarios habían hecho: usar su poder para impulsar a su partido.
Zedillo ha vivido de cerca el caos. Se convirtió en candidato del PRI sólo después del asesinato de la primera selección, Luis Donaldo Colosio.
Veinte días después de asumir el poder, la economía se derrumbó y el peso se desplomó para provocar la crisis más grave de México en la era moderna.
De repente, Zedillo se vio obligado a poner en marcha uno de los planes de reforma económica más duros en la historia del país. Fiel a sí mismo, desarrolló el programa sin desviaciones, incluyendo estrictos controles antiinflacionarios que redujeron los sueldos en 30% y un rescate bancario de 100.000 millones de dólares. Los mexicanos odiaron el programa.
Sin embargo, hacia el final de su período la economía crece a una tasa de 7%, y su índice de aprobación se sitúa cerca del 70%.
Nunca quedó completamente claro si Zedillo buscaba la popularidad personal; a diferencia de otros presidentes, no colocó su nombre en colosales proyectos públicos ni utilizó grandiosos lemas.
Es un perdedor
Poco ha dicho después de la derrota de su partido en las elecciones, a pesar de las airadas reacciones en su contra, como la de Manuel Bartlett, legislador de línea dura del partido y ex titular de las carteras de Gobernación y Educación, quien dijo: es absurdo llamar a Zedillo un gran demócrata porque perdió. Es un perdedor.
Al explicar sus motivaciones, Zedillo habló de su madre, quien, en palabras que podrían ser aplicadas a él mismo, tenía un profundo sentido de la disciplina, quizá incluso exagerado en ocasiones. Mi madre decía que uno no debe esperar reconocimiento por cumplir con su deber, dijo Zedillo. Eso fue lo que yo hice: cumplir con mi deber.