Año CXXXVII Nº 49475
La Ciudad
Política
Economía
La Región
Información Gral
El Mundo
Opinión
Cartas de lectores
Escenario
Policiales



suplementos
Ovación


suplementos
ediciones anteriores
Turismo 13/05
Mujer 13/05
Economía 13/05
Señales 13/05
Educación 12/05
Página Solidaria 25/04
Estilo 07/04

contacto

servicios
Institucional


 jueves, 17 de mayo de 2007  
Reflexiones
¿Quién apagará el fuego?

Por Tomás A. Santidrián (*)

El hecho desgraciado del adolescente que murió víctima del fuego en uno de los institutos de niños en riesgo de nuestra ciudad provocó en una reflexión de una comunicadora social publicada el 26 de abril pasado, la pregunta cuestionadora: "¿Quién prendió el fuego?". El alcance de esta pregunta llegó –más allá del hecho físico– a las dimensiones más profundas de la sociedad y de la naturaleza del niño: ¿qué es o quién es un niño? ¿Cuál es el rol de la sociedad que lo rodea?

La respuesta a estos interrogantes es clara y contundente. Permítame la autora del artículo decir palabras y frases de sus reflexiones: "Esas vidas son valiosas...como su hijo y el mío", "educación", "somos lo que mamamos" y "la mayoría de los adolescentes están desnutridos, de proteínas, de afectos, de oportunidades de futuro". Y tantas cosas más...

Entre tanto, la sociedad los mira con indiferencia, con resentimiento y, por qué no decirlo, con desprecio. Lo que es peor, cree que la solución a los problemas que provocan en su entorno se solucionarían con una sola metodología, la violencia: confinamiento y encierro inhumanos, más policías, disminución de la edad de la imputabilidad o, lo que es lo mismo, aumento penal en los castigos legales.

Para ellos no vale el término universalmente aceptado de "no discriminación". Y qué decir de la palabra clave que posibilita el desarrollo armónico del ser humano: el amor. En la Biblia se habla del niño Jesús y de su familia: "Crecía en edad, en gracia y en sabiduría". Estos niños denominados menores, y a quienes discriminamos con el rótulo de niños en riesgo, no crecen en edad, víctimas de la desnutrición y de un desarrollo mental inadecuado; no crecen en gracia, es decir en la autoestima, en el apego a la vida, en el amor y no crecen en sabiduría, que ordena el camino de sus actos y la convivencia en sociedad. Vagan y transitan de un lado al otro, buscan alivio a su desconcierto en la droga que los aliena aún más, en las juntas, que les dan al menos la experiencia de afecto y de fidelidad.

El fuego sigue prendido. Y la pregunta también: ¿quién lo apagará?

Estamos en un año crucial para nuestro país: año electoral. Y al unir las dos palabras, electoral y niño, surge espontáneamente aquella clásica expresión nunca suficientemente atendida: "El niño no vota". Y, por lo tanto, no cuenta en la preocupación de aquellos a quienes denominamos políticos, ordenadores de la polis o ciudad.

Se dirá que está la ley de Educación y tantas otras leyes que velan por ellos. Una vez más debemos reconocer que estos niños, adolescentes y jóvenes en su primera juventud no son contemplados en estas leyes. Simplemente no existen. Así, por ejemplo, son miles –la cifra es abrumadora– los que abandonan prematuramente la escuela, si alguna vez pasaron por sus aulas. Tienen para ellos una ley propia: la represión.

Viven la discriminación no sólo ambiental, sino vital, porque afecta a lo profundo y más íntimo de su existencia, en lo que es el desarrollo del ser humano.

¿Quién apagará el fuego? La pregunta y la respuesta es de futuro. El niño, decimos, es el futuro de la Patria. Y olvidamos que debe ser el presente de nuestra preocupación. Hablamos y declaramos los Derechos del Niño y, bajo esta frase altisonante, olvidamos las necesidades vitales y profundas no satisfechas del niño.

El niño no vota. ¿Será posible que alguna vez nuestros políticos voten a favor del niño olvidado y discriminado, del niño sin futuro en nuestra sociedad?

(*) Delegado episcopal sobre minoridad


enviar nota por e-mail
contacto
Búsqueda avanzada Archivo



  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados